Negra noche, no me trates así.
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Negra noche, no me trates así.
- ¿Y cuantos años tenemos, Rouse? - exclamaba alegremente el joven pelirrojo.
- No lo se, ¿dieciocho? - respondía su melliza, con las mejillas rojizas y tono jovial.
- ¿No eran diecinueve?
- ¡Eran dieciocho! ¡So bobo!
- ¡Tú sí que eres burra! ¡Tetuda!
Ross empezó a perseguir a su hermana, haciéndole cosquillas y los dos acabaron rodando por la hierba en donde poco después habría piedras amontonadas para construir la torre de los brujos. Ross la abrazó feliz.
- Siempre juntos... - rió alegremente.
- Siempre. - confirmó la muchacha, besando su mejilla.
Observó esos ojos exactos a los suyos, iguales, verdes y brillantes como esmeraldas. Cerró los ojos en un fugaz parpadeo, y luego todo era oscuridad. Se sobresaltó un instante; empuñó a “Trueno Justiciero” con rapidez, buscándola entre las sombras de la noche. Solo una gata gris lo observaba, con fingido interés, en la lejanía de la callejuela. Cayó de nuevo en la cuenta de que había sido otro sueño.
Se mordió el labio inferior hasta hacerse sangre, y una gota bajó por su mentón hasta perderse en el polvoriento suelo. Golpeó, en silencio, y varias veces, con el puño la pared de piedra que hacía las funciones de cama aquella noche. En aquellos instantes le dolía el alma, y el vació que sentía en su interior se volvía más y más hondo.
Miró la botella casi vacía de vino tinto y ya agrio que tenía a su lado. Otras muchas más lo rodeaban en aquella mugrienta esquina de la ciudad de Albor. Echó un trago y este se vertió manchando su barba larga y desastrosa de mendigo. Des de que ella lo afeitó, no había vuelto a pasar la navaja.
Observó asqueado la botella y la rompió contra el suelo, haciéndola añicos. Se levantó y se tapó los ojos con la mano. La imagen de Rouse apareció de nuevo, como si nunca se hubiera marchado. Tan bella como siempre, riendo con su picardía habitual...
- Das pena, hermanito... ¡no te da vergüenza? Que pensarán de mi si me ven con un pordiosero como tu?! - le espetó el recuerdo de la mujer, haciendo el amago de un beso.
Se quedó contemplando ese pelo imaginario, tal cual el suyo, ondeando en la brisa de primavera, hasta que este se convirtió en salpicaduras de sangre. Se descubrió el rostro y miró la realidad. Él, el callejón, las botellas y el futuro impredecible de soledad. Se alejó hacia el banco, con la mirada decidida y forzó en su cara su sonrisa más radiante, como en los viejos tiempos. Meneó la cabeza varias veces; incompleto, para siempre.
- Algun día tomaremos ese maná juntos hasta el crepúsculo de los tiempos. No supe cuidarte, perdoname. Sólo esperame... Es lo primero y último que te pido en esta vida, GreyRouse: esperame...
- No lo se, ¿dieciocho? - respondía su melliza, con las mejillas rojizas y tono jovial.
- ¿No eran diecinueve?
- ¡Eran dieciocho! ¡So bobo!
- ¡Tú sí que eres burra! ¡Tetuda!
Ross empezó a perseguir a su hermana, haciéndole cosquillas y los dos acabaron rodando por la hierba en donde poco después habría piedras amontonadas para construir la torre de los brujos. Ross la abrazó feliz.
- Siempre juntos... - rió alegremente.
- Siempre. - confirmó la muchacha, besando su mejilla.
Observó esos ojos exactos a los suyos, iguales, verdes y brillantes como esmeraldas. Cerró los ojos en un fugaz parpadeo, y luego todo era oscuridad. Se sobresaltó un instante; empuñó a “Trueno Justiciero” con rapidez, buscándola entre las sombras de la noche. Solo una gata gris lo observaba, con fingido interés, en la lejanía de la callejuela. Cayó de nuevo en la cuenta de que había sido otro sueño.
Se mordió el labio inferior hasta hacerse sangre, y una gota bajó por su mentón hasta perderse en el polvoriento suelo. Golpeó, en silencio, y varias veces, con el puño la pared de piedra que hacía las funciones de cama aquella noche. En aquellos instantes le dolía el alma, y el vació que sentía en su interior se volvía más y más hondo.
Miró la botella casi vacía de vino tinto y ya agrio que tenía a su lado. Otras muchas más lo rodeaban en aquella mugrienta esquina de la ciudad de Albor. Echó un trago y este se vertió manchando su barba larga y desastrosa de mendigo. Des de que ella lo afeitó, no había vuelto a pasar la navaja.
Observó asqueado la botella y la rompió contra el suelo, haciéndola añicos. Se levantó y se tapó los ojos con la mano. La imagen de Rouse apareció de nuevo, como si nunca se hubiera marchado. Tan bella como siempre, riendo con su picardía habitual...
- Das pena, hermanito... ¡no te da vergüenza? Que pensarán de mi si me ven con un pordiosero como tu?! - le espetó el recuerdo de la mujer, haciendo el amago de un beso.
Se quedó contemplando ese pelo imaginario, tal cual el suyo, ondeando en la brisa de primavera, hasta que este se convirtió en salpicaduras de sangre. Se descubrió el rostro y miró la realidad. Él, el callejón, las botellas y el futuro impredecible de soledad. Se alejó hacia el banco, con la mirada decidida y forzó en su cara su sonrisa más radiante, como en los viejos tiempos. Meneó la cabeza varias veces; incompleto, para siempre.
- Algun día tomaremos ese maná juntos hasta el crepúsculo de los tiempos. No supe cuidarte, perdoname. Sólo esperame... Es lo primero y último que te pido en esta vida, GreyRouse: esperame...
Neisseria- Cantidad de envíos : 566
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