Una noche intranquila.

Sentada en el exterior de la Torre, Jude pensaba en todo lo sucedido hacía apenas unas horas. Había pasado de todo menos nada bueno, y su mente aun luchaba por aceptar la nueva realidad a la que se enfrentaban. Era consciente del olor a sangre seca y rancia de sus vestimentas, a sudor y suciedad.

Le era imposible conciliar el sueño. Miró al cielo, con ceño fruncido, y vio las estrellas fulgurantes, brillantes como pequeñas antorchas en la lejanía; tan tranquilas como siempre, como si nada ocurriera. Suspiró y masculló un taco, resguardándose del frío con la húmeda capa verde, salpicada de rocío.

Un desterrado, varios presos y algunos desaparecidos. Un glorioso final para una incursión que en un primer momento había salido bastante bien, pensó con ironía. Se sentía furiosa por haber quedado malherida justo al principio de la batalla, Valerie le había dicho que poco podría haber hecho de todas formas, pero eso no la consolaba. Cuando había sido capaz de reincorporarse ya era demasiado tarde. Sentía su orgullo herido palpitar en lo más hondo de su ser, pugnando por salir de nuevo en una oleada de furia y rabia.

Había esperado a pocos metros del puente sur de Rostow largo rato, hasta que llegó el Maestre. Un solo hombre, sumado a su mal estado, eran pocos refuerzos. Peinaron la zona, incluso más adelante volvió sola varias veces a rastrear los alrededores. Nada, no había rastros apenas, y los pocos que encontró no inspiraban ningún buen presagio.

No podían permitirlo. No podía dejar que se pudrieran en esa celda, era cuestión de amor propio. Recordó a Warren, como le había dado ánimos antes de partir de nuevo, todos juntos, hacia la ciudad. Le vino a la mente el recuerdo de Ser Wortimer. Era un hombre inteligente y diestro, cabía la posibilidad de que estuviera a salvo en algún lugar. Aun así era demasiado valiente y honorable como para esperar que se hubiera retirado en medio de la batalla. Pese a todo, aun tenía ciertas esperanzas respecto a él.

- No podemos quedarnos aquí de brazos cruzados, hay que encontrar alguna solución. ¡Tiene que haber una solución! - sus palabras salieron de su reseca garganta como un gruñido sordo.