Senderos de Cenizas
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Noche en la Torre Blanca

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Mensaje  Guinevere Mar Ene 25, 2011 11:53 am

Valerie se despertó sobresaltada en medio del silencio más absoluto. Era noche cerrada, y la débil luz de la luna no penetraba apenas los gruesos muros de la Torre Blanca. Esperó a que sus pupilas se acomodasen a la espesa penumbra, mientras a su alrededor percibía la cercanía de los que reposaban, como ella, tirados en el suelo o recostados contra bancos y paredes, envueltos en pieles y capas para resguardarse del frío cada vez más intenso del cercano invierno. Sus sombras apenas distinguibles no eran reconocibles, pero aún así Valerie percibió los aromas inconfundibles de sus propietarios. El olor de los emplastos en las vestiduras de la bruja Tania, arrebujada y casi invisible en su oscura túnica, el olor a tabaco de la pipa de Jude, que descansaba cerca de la puerta con la alabarda cruzada sobre sus piernas, el olor metálico y punzante de las ropas del herrero Bryan, que gruñía incluso en sueños. Esta extraña mezcla de efluvios la reconfortó y apartó de su mente las imágenes que la asaltaban, el horror de las llamas y el hedor de la carne quemada, los gritos de un anciano indefenso encerrado en una jaula, al que ella… no pudo salvar. Tragó saliva con dificultad y volvió a concentrarse en el presente, repitiéndose a sí misma las palabras que ya había escuchado de labios de otros, incluso de sus propios labios, dichas para reconfortar a otra persona. No te culpes. No pudiste hacer nada más. Salvamos a dos, no había tiempo para más, lo hicimos bien, cumpliste tu parte, fue un éxito… Valerie apretó la mandíbula y se creyó una vez más sus palabras. Aún así… ¡Maldito brujo testarudo! ¡Si nos hubieras escuchado cuando te lo advertimos!

Fuera, el rumor apagado de unos pasos desvió su atención. Aguzó el oído, tensa, pero al poco los pasos volvieron a repetirse, acompañados de leves gruñidos guturales. Un oso, posiblemente atraído por el olor a comida proveniente del edificio. Más allá, en el bosque, se oyó el silbido de una lechuza. Tendida sobre el suelo, inmóvil, con los olores y sonidos reconfortantes de la noche rodeándola, Valerie recuperó la serenidad interior. Por primera vez en su joven vida hacía algo con un motivo, recibía órdenes de personas capaces y resueltas, que además, también por primera vez en su vida, le inspiraban respeto. Recibía elogios y crecía en ella una sensación desconocida: la de pertenencia. Tenía una nueva familia y una nueva causa…
Guinevere
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