El color de la muerte
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El color de la muerte
- ¡Salid si tenéis agallas!
Jude se disponía a abrir la puerta de la Torre Blanca en ese mismo instante. Se quedó petrificada al oír el grito que venía del exterior. Subió a las murallas, y vio al sargento Dorn Bellanti, montado en su caballo y armado hasta las cejas.
- ¡Alto! ¿Quién va?
Una pregunta bastante estúpida por su parte. Se arrepintió segundos antes incluso de que saliera de su boca. El caballero la miró de arriba a abajo y se rio a carcajada limpia.
- ¡¿Acaso no teneis guerreros, y poneis a luchar a mujeres y niños?!
- Qué típico. - pensó, Jude, sin responder y, tan acostumbrada a ese trato, que ni siquiera se ofendió. - Bajad, Garrow. - le indicó, acto seguido, al minero, que había subido también a ver que ocurría.
No le hizo caso, por supuesto. Pensó en lo que le había dicho Ser Wortimer:
- Nunca os enfrentéis sola a uno de ellos. ¿Me habéis oído?
¿Iba a quedarse tras los muros? Sabía que no podría con él. No tenía suficiente experiencia, pero sentía hervir la sangre en su interior. Tras una estúpida, sin otro calificativo mejor, ida y venida de preguntas, el sargento dió con la frase perfecta:
- ¿Os ha comido la lengua el gato o es que teneis miedo? ¡Salid si tenéis valor!
Eso sí era incapaz de consentirlo. Y se encaminó hacia la salida, sola, a pesar de todas las advertencias. Blandió el arma y el escudo, sopesándolos. Entonces surcaron las flechas contra el pobre minero. ¡Cobardes... atacaban a ciudadanos indefensos, sabiendo que estaba bajando a luchar! Se dio prisa, tanta como Garrow, que corrió a sitio seguro al ver venir los virotes.
Campo abierto, se puso en guardia. Atacaron al unísono, las armas entrechocaron en una feroz contienda. Desde el principio tenía las de perder. Un golpe le acercó en el brazo derecho, que empezó a sangrar en abundancia. Siguió arremetiendo. No podía dejar que entraran a la ciudad. Era su deber defenderla, y si no lo era lo consideraba propio.
Apareció Warren, salido de la nada, y cargó contra el sargento. Entre los dos la batalla ni siquiera estaba igualada. Era demasiado fuerte, demasiado experto para ellos... Poco a poco fueron alejandose de las murallas, los estaba llevando a su terreno con maestría, sin esfuerzo alguno. La sangre manaba de su herida, sentía palpitar el brazo y un terrible dolor. Siguió arremetiendo, con furia. Sin percatarse apenas, cayó en la cuenta de que su pierna izquierda no la sostenía com oera debido. Otro charco pequeño de sangre se había formado bajo ella.
Warren y el sargento se alejaron. Sus heridas eran graves, muy graves... Volvió a la Torre, dejó la pesada armadura y se vistió, ahogando un gesto de dolor, con unas prendas que encontró en el armario. Volvió a los muros, Warren no estaba. Podía estar en peligro. Se negaba a quedarse de brazos cruzados, si moría solo contra el Bellanti, y ella estaba en la torre, no podría perdonárselo nunca. Agarró de nuevo las armas y salió, decidida a plantar cara hasta el final si hacía falta.
Y de nuevo apareció, embistiendo como un huracán, cortando su herida y contusionada carne con facilidad. Arremetió una y otra vez, le pesaba la pierna, el brazo casi no sostenía la empuñadura de su lanza... La espada se acercó peligrosamente, la esquivó por pura suerte. Una y otra vez, una y otra vez, vapuleada como un muñeco de trapo. Notó como el mango del Bellanti bajaba firme desde la altura que le proporcionaba la montura. Sin darle tiempo a pensar apenas, cayó de bruces al suelo terroso, como una alimaña cualquiera, como un vulgar animal agonizante. El golpe impactó en su cabeza y todo se oscureció de repente. Iba a morir.
- Lo siento, Ser... - pensó, en un último e infructuoso intento por levantarse.
Abrió los ojos. Estaba desnuda en el húmedo y congelado suelo, un charco de sangre cubría su maltrecho cuerpo. Pensó con bastante dificultad, unos instantes, en lo sucedido, estaba... ¿muerta?... no muerta, no... el Bellanti... Warren... ¿Warren?. Se arrastró con fatiga hasta conseguir ponerse de pie. El pelo ensangrentado le caía a mechones por la frente. Por la mejilla corrían gotas de sangre, que brotaban de una fea herida amoratada en la ceja, ahí donde había rebotado el arma de su oponente. Tosió y escupió sangre al suelo varias veces.
Siguió cojeando hasta la torre, Warren estaba ahí, pero apenas lo veía. Entró en la Torre; Warren, pese a pedirle que no marchara solo, hizo caso omiso y salió de nuevo en busca del sargento.
Pasaron las horas, despertó al oír abrirse la puerta.
- ¡Warren!
Decepcionada, observó a James. Tendrían que pasar varias horas más hasta poder cerciorarse de que Warren estaba a salvo. Mientras tanto pensaba en la oferta de James, que había aceptado. Necesitaba entrenar mas duro, mucho más duro... las circunstancias del día lo habían dejado claro. Tan solo la suerte, infinita suerte, la había salvado hoy.
Jude se disponía a abrir la puerta de la Torre Blanca en ese mismo instante. Se quedó petrificada al oír el grito que venía del exterior. Subió a las murallas, y vio al sargento Dorn Bellanti, montado en su caballo y armado hasta las cejas.
- ¡Alto! ¿Quién va?
Una pregunta bastante estúpida por su parte. Se arrepintió segundos antes incluso de que saliera de su boca. El caballero la miró de arriba a abajo y se rio a carcajada limpia.
- ¡¿Acaso no teneis guerreros, y poneis a luchar a mujeres y niños?!
- Qué típico. - pensó, Jude, sin responder y, tan acostumbrada a ese trato, que ni siquiera se ofendió. - Bajad, Garrow. - le indicó, acto seguido, al minero, que había subido también a ver que ocurría.
No le hizo caso, por supuesto. Pensó en lo que le había dicho Ser Wortimer:
- Nunca os enfrentéis sola a uno de ellos. ¿Me habéis oído?
¿Iba a quedarse tras los muros? Sabía que no podría con él. No tenía suficiente experiencia, pero sentía hervir la sangre en su interior. Tras una estúpida, sin otro calificativo mejor, ida y venida de preguntas, el sargento dió con la frase perfecta:
- ¿Os ha comido la lengua el gato o es que teneis miedo? ¡Salid si tenéis valor!
Eso sí era incapaz de consentirlo. Y se encaminó hacia la salida, sola, a pesar de todas las advertencias. Blandió el arma y el escudo, sopesándolos. Entonces surcaron las flechas contra el pobre minero. ¡Cobardes... atacaban a ciudadanos indefensos, sabiendo que estaba bajando a luchar! Se dio prisa, tanta como Garrow, que corrió a sitio seguro al ver venir los virotes.
Campo abierto, se puso en guardia. Atacaron al unísono, las armas entrechocaron en una feroz contienda. Desde el principio tenía las de perder. Un golpe le acercó en el brazo derecho, que empezó a sangrar en abundancia. Siguió arremetiendo. No podía dejar que entraran a la ciudad. Era su deber defenderla, y si no lo era lo consideraba propio.
Apareció Warren, salido de la nada, y cargó contra el sargento. Entre los dos la batalla ni siquiera estaba igualada. Era demasiado fuerte, demasiado experto para ellos... Poco a poco fueron alejandose de las murallas, los estaba llevando a su terreno con maestría, sin esfuerzo alguno. La sangre manaba de su herida, sentía palpitar el brazo y un terrible dolor. Siguió arremetiendo, con furia. Sin percatarse apenas, cayó en la cuenta de que su pierna izquierda no la sostenía com oera debido. Otro charco pequeño de sangre se había formado bajo ella.
Warren y el sargento se alejaron. Sus heridas eran graves, muy graves... Volvió a la Torre, dejó la pesada armadura y se vistió, ahogando un gesto de dolor, con unas prendas que encontró en el armario. Volvió a los muros, Warren no estaba. Podía estar en peligro. Se negaba a quedarse de brazos cruzados, si moría solo contra el Bellanti, y ella estaba en la torre, no podría perdonárselo nunca. Agarró de nuevo las armas y salió, decidida a plantar cara hasta el final si hacía falta.
Y de nuevo apareció, embistiendo como un huracán, cortando su herida y contusionada carne con facilidad. Arremetió una y otra vez, le pesaba la pierna, el brazo casi no sostenía la empuñadura de su lanza... La espada se acercó peligrosamente, la esquivó por pura suerte. Una y otra vez, una y otra vez, vapuleada como un muñeco de trapo. Notó como el mango del Bellanti bajaba firme desde la altura que le proporcionaba la montura. Sin darle tiempo a pensar apenas, cayó de bruces al suelo terroso, como una alimaña cualquiera, como un vulgar animal agonizante. El golpe impactó en su cabeza y todo se oscureció de repente. Iba a morir.
- Lo siento, Ser... - pensó, en un último e infructuoso intento por levantarse.
Abrió los ojos. Estaba desnuda en el húmedo y congelado suelo, un charco de sangre cubría su maltrecho cuerpo. Pensó con bastante dificultad, unos instantes, en lo sucedido, estaba... ¿muerta?... no muerta, no... el Bellanti... Warren... ¿Warren?. Se arrastró con fatiga hasta conseguir ponerse de pie. El pelo ensangrentado le caía a mechones por la frente. Por la mejilla corrían gotas de sangre, que brotaban de una fea herida amoratada en la ceja, ahí donde había rebotado el arma de su oponente. Tosió y escupió sangre al suelo varias veces.
Siguió cojeando hasta la torre, Warren estaba ahí, pero apenas lo veía. Entró en la Torre; Warren, pese a pedirle que no marchara solo, hizo caso omiso y salió de nuevo en busca del sargento.
Pasaron las horas, despertó al oír abrirse la puerta.
- ¡Warren!
Decepcionada, observó a James. Tendrían que pasar varias horas más hasta poder cerciorarse de que Warren estaba a salvo. Mientras tanto pensaba en la oferta de James, que había aceptado. Necesitaba entrenar mas duro, mucho más duro... las circunstancias del día lo habían dejado claro. Tan solo la suerte, infinita suerte, la había salvado hoy.
Neisseria- Cantidad de envíos : 566
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