Senderos de Cenizas
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El paciente de la Torre

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El paciente de la Torre Empty El paciente de la Torre

Mensaje  Staff Mar Ene 04, 2011 3:19 pm

El brujo Kurt se encontraba haciendo nuevas pruebas al paciente cuando el bibliotecario Sethar, uno de los brujos más veteranos de la Torre, abrió la puerta y sin ningún tipo de cortesía se acercó a su compañero.

- ¿Cómo está?

- Igual que siempre... ni mejora, ni empeora. Admito que es uno de los casos más extraños que he visto -el brujo Kurt observó el impasible rostro del herrero Dhomo, un hombre bastante respetado por la comunidad, el mejor maestro de su profesión, decían, y que fruto de la casualidad había ido a parar allí, a una de las camas de la Torre de brujería-. Mantengo el mismo diagnóstico: simplemente está dormido. Claro que el hecho de que no pueda despertarse implica que no es una cabezadita casual.

- Dime algo que no sepa, viejo -aunque el trato entre ambos brujos podía parecer brusco y directo, rozando la falta de respeto, en realidad se conocían desde que Kurt era un novicio y tenían la confianza para hablar entre ellos sin tapujos-.

- ¿Algo que no sepas?... Quizá, que tenemos unos buenos ungüentos que podrían ayudarte con el incipiente invierno que amenaza tu cabeza.

- Ja. Muy gracioso.

Kurt volvió a poner su atención en el enfermo.

- Creo que este hombre está soñando. Aunque la mayor parte del tiempo está inmóvil, en breves ocasiones murmura cosas sin sentido y parece sentir miedo.

- Entiendo. Lo que venía a comunicarte era que sigo sin encontrar ninguna referencia en la biblioteca a este mal; encuentro cosas similares, pero las condiciones particulares que sufre este hombre es algo que se escapa a lo que conocemos.

- Lo mismo ocurre con las pesadillas... todos nos hemos acostumbrado a ellas, y es una epidemia sobre la que espero que encontremos pronto una cura. Al igual que este señor, ni mejoran, ni empeoran... y eso no me gusta -el brujo Kurt hablaba distraído, concentrado en el paciente.

- Una lástima que el Prefecto esté tan ocupado como siempre, o incluso más, como para pedirle que nos ayude. En fin, te dejo solo. Adiós, viejo.

Kurt ni se molestó en contestar. Le gustaban los cambios: nuevos síntomas, o la desaparición de estos, era una noticia; pero que la situación permaneciera igual hacía que, cuando uno estaba atascado, encontrar soluciones fuera extremadamanete difícil.
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Mensaje  Staff Dom Ene 30, 2011 3:16 pm

El brujo Kurt se sentó a descansar después de terminar con los cuidados y la revisión del estado de Dhomo, quien seguía en la misma situación. Kurt se concentraba en el trabajo y en las investigaciones, intentando, en la medida de lo posible, olvidar el mundo de fuera. Todos en la Torre lo hacían. Los archibrujos mantenían una vía de contacto con el Culto y negociaban la puesta en libertad del Prefecto Phern, quien permanecía encerrado en el palacio, pero Kurt dudaba que diera frutos.

Alguien llamó suavemente a la puerta y, tras el permiso del brujo, entró: uno de los aprendices de la Torre llevaba unos manuscritos cuidadosamente enrollados sujetos por un cordel.

- Brujo Kurt, me han pedido que os entregue esto. Estaba entre las pertenencias de... -dudó un segundo.- De Sethar... en una nota que dejó pidió que esto os fuera entregado.

Bajó la mirada y entregó los papeles a Kurt quien, con suavidad, los dejó encima de su mesa. El aprendiz se despidió y Kurt se quedó a solas, en la habitación, ensimismado en sus pensamientos. Su viejo amigo, Sethar...

Sethar no había sido un brujo habitual, eso sin duda. Cuando la Orden pidió al Prefecto que enviara brujos, el bibliotecario, aun sabiendo el gran peligro al que se exponía, fue el único que se presentó voluntario. Recordó el día de la batalla en las calles de Rostow, la que terminó con la muerte del Maestre Kylen Yubonas y el exilio de la Orden. El veterano brujo, antes de salir, gritó a todos los brujos que intentaban pasar despercibidos ante su acusadora mirada.

- ¡Rostow se desmorona y vosotros os quedáis aquí encerrados! ¿Creéis que manteniéndoos al margen no os pasará nada? ¡Estúpidos! No os dais cuenta de que si la Orden cae... ¡bah! Da igual.

El brujo regresó herido de la batalla y, desde ese día, se encerró en la biblioteca y sólo salía para visitar de vez en cuando a Dhomo, por quien tenía una genuina preocupación. Para Kurt era un misterio el interés de su amigo por el herrero.

Varios ciclos después, unos refugiados del nuevo asentamiento de la Torre Blanca esquivaron a los guardias Bellanti y llegaron a la Torre de brujería. Los brujos les recibieron con frialdad e indiferencia, pero Sethar bajó de su estudio y se presentó antes ellos, intrigado por la visita. Tras una larga discusión, el brujo decidió darles los libros más importantes de la biblioteca para que los pusieran a buen recaudo; temía que, si esos tomos se quedaban en la Torre, el conocimiento que los brujos habían atesorado durante tantos años se perdiera. Pero su osadía la pagó cara y fue apresado por la guardia del Culto quienes, varios ciclos después, decidieron ejecutarle, junto con un par de rebeldes apresados. Los Yorath decidieron ejecutarles bajo la misma Torre de brujería, y no había que ser muy inteligente para entender el mensaje que enviaban.

Kurt permaneció asomado a la ventana. Vio a Sethar, desnudo, en su jaula, a pesar de todo orgulloso, de pie sobre un montón de leña. Varios brujos, también asomados, se hacían preguntas sobre la leña. ¿Qué pretendían hacer? Y entonces, lo vieron: Ser Yorick Yorath encendió una antorcha... ¡iban a quemarles! algunos brujos volvieron dentro, asustados, mientras otros no creían lo que estaban viendo... Ser Yorick hablaba del fuego purificador de Gibil. ¡Era horrible! Sin embargo, algunos refugiados distrajeron al Yorath y consiguieron liberar a sus dos compañeros, frente a la negativa de Sethar quien, en realidad, no parecía demasiado interesado en escapar. Viejo loco... Kurt, que le conocía bien, se lo imaginaba incapaz de huir de Rostow: para el bibliotecario, quizá, abandonar la ciudad que siempre había sido su hogar era la mayor de las derrotas. Ser Yorick Yorath, tras la confusión, agarró la antorcha y la lanzó a los pies de Sethar. El grito... ese grito...

Kurt miró los manuscritos que tenía frente a él. Respiró hondo y apartó con dificultad sus recuerdos. Quitó el cordel: una nota escrita con la firme letra de Sethar precedía a los documentos.

Kurt,

aunque eres un cabeza de chorlito eres, quizá, uno de los pocos miembros de la Torre que merecen mi respeto. Y el único que merece mi confianza. Si estás leyendo esto es porque estoy muerto. ¡Quién iba a imaginar que yo moriría antes que tú! Pero así son las cosas, y sé que, pase lo que pase, no me arrepentiré de nada.

En estos papeles están varios estudios que llevo realizando desde hace un tiempo. Nadie sabe de esto.

Todo empezó hace unos pocos años, cuando mi viejo amigo Arthur, el biólogo y estudioso de los dracontes, me llegó con una extrañísima información. Mucho he aprendido e investigado desde entonces.

¡Usa esta información con precaución!

Adiós,
Sethar


Kurt estuvo las siguientes horas leyendo y reflexionando sobre los manuscritos. Empezó a leerlos dubitativo, pasando por la sorpresa, luego el escepticismo y, finalmente, por el interés y la comprensión. Arthur, la profecía... Ah, la bruja Arabella; las pesadillas, el chico... Dhomo... ¡por eso estaba tan interesado en él!

Al terminar, le dio la impresión de haber conocido a un nuevo Sethar: comprendió que fue, a su manera, un verdadero brujo. Una sonrisa se dibujó en su rostro y se despidió, finalmente, de su amigo.
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Mensaje  Staff Lun Mar 28, 2011 9:56 pm

Habían pasado enios y la situación en la Torre permanecía igual. O prácticamente igual. Los brujos apenas salían al exterior, mientras los archibrujos permanecían en sus negociaciones con El Culto para liberar a Phern, quien según los enviados del Santuario seguía con vida en el palacio. El Lord Protector no se molestaba en disimular la aversión que le producían los brujos y Kurt, entre otros pocos, empezaba a considerar la idea de partir. Abandonar Rostow era duro, muy duro, pero ya habían visto que El Culto era capaz de cualquier cosa.

Kurt intentó convencer a algunos jóvenes brujos y a algún antiguo compañero, pero pocos escuchaban sus razones y los pocos que lo hacían decían que preferían esperar un tiempo más. Sólo Filomeo, el extravagante brujo, mostró estar totalmente de acuerdo con abandonar la ciudad cuanto antes. Enviaron una misiva a Albor, confiando en que el Maestre y sus conciudadanos les ayudaran a transportar a Dhomo y los libros que pudieran acarrear hasta la ciudad de las blancas murallas.

Ciclos después, estaba todo prácticamente listo para su marcha en una calle cercana a la plaza, cuando oyeron voces que provenían de la zona norte de la ciudad. Voces que, poco a poco, se fueron convirtiendo en gritos. Kurt pidió a Filomeo que le esperara allí y salió raudo a ver qué ocurría. Fue un milagro que no le vieran, pero distinguió a guardias Bellanti llegando con antorchas a la Torre de Brujería y entrando violentamente; oyó gritos de desesperación y de agonía, y el olor a quemado empezaba a viciar el aire. Sin tiempo a pensar, se dio la vuelta rápidamente y corrió hasta la plaza.

- Filomeo, ¡tenemos que huir cuanto antes! ¡Están atacando la Torre!

El brujo, que estaba dando de comer un poco de alpiste a su urraca amaestrada, con un gesto la hizo volar.

- Espero que Jack nos ayude. Aunque estando con la tripa llena no sé yo si...

- Vamos, ¡date prisa! Creo que hay un sitio donde podemos estar seguros al menos por un tiempo.

Kurt no esperó más y cogió las riendas de la mula que transporataba a Dhomo; de nuevo, consiguieron escabullirse de Rostow y llegar hasta la cueva de Lodivious, o de los limos, como era más conocida. Pasaron minutos que parecían horas, llenos de tensión y miedo. Por fin alguien entró en la cueva: un hombre vestido con ropas grises, inquietante, que miró con sorpresa a los brujos.

Por suerte para los brujos, era Mormegil, un habitante de Albor. Jack, la urraca de Filomeo, les había guiado hasta la cueva. Mormegil trajo las peores noticias posibles: la Torre de Brujería ardía y todos los brujos habían sido masacrados. Kurt sentía cómo las piernas le flaqueaban, pero haciendo un esfuerzo mantuvo la calma y escuchó el plan del joven. Salir sin Dhomo no era difícil, pero la mula que transportaba al herrero impedía cualquier salida discreta y lentificaba el ritmo. Los brujos se negaron a abandonar a Dhomo. Mormegil salió a avisar a los suyos.

Pasaron varios minutos y otro hombre, llamado Matías Van Eyck, consejero de Albor, apareció; estuvieron hablando de la organización política de Albor, para así distraer, en parte, la mente del peligro. En su fuero interno, Kurt creía que no conseguirían salir con vida, y la mirada de Filomeo indicaba que pensaba de igual manera. Mormegil les había explicado que la tropas de Albor, dirigidas por el Maestre, habían conseguido salvar los libros de la biblioteca, pero ahora numersos soldados estaban heridos y no era posible otro asalto. Perdieron la esperanza. Sin embargo, finalmente, las tropas de Albor se reorganizaron y lanzaron un último ataque a las tropas de Rostow: escoltados por valientes soldados, Kurt, Filomeo, Jack y Dhomo consiguieron salir con vida de Rostow y llegar al lugar donde deberían iniciar sus nuevas vidas.

Kurt, al llegar, miró reflexivo el templo de Manat. Recibió una habitación de parte del Maestre para poder cuidar a Dhomo, cuyo estado seguía igual. El brujo estaba terriblemente cansado y el dolor por la pérdida tardaría aún mucho tiempo en cicatrizar. Apenas podía mantener los párpados abiertos; miró al herrero, acostado en su cama y dijo:

- Es posible que, después de todo, éste sea el lugar en que debíamos estar.
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