Senderos de Cenizas
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Los días pasan...

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Mensaje  Neisseria Miér Feb 02, 2011 3:00 pm

Se despertó con el bullicio del gentío y los relinchos de los caballos, en el exterior. Estiró todo el cuerpo, desperezándose, y bostezó ruidosamente. No quedaba nadie en la habitación, ya debía ser mediodía.


Buenos días, padre. Sí, es muy tarde. He perdido medio día... lo sé. - suspiró, meditando para si misma.


Salió de la cama, aun centrada en sus propios pensamientos. Intentó adecentarse un poco, pero el olor a sudor era algo que parecía haberse pegado a su cuerpo, como resina a un árbol. Sonrió divertida, para si misma. No era la única, había pies en aquella habitación que podían matar minotauros solo del olor a esencia varonil. Arrugó la nariz; le tenía respeto y aprecio a los pies de Warren, y por eso mismo callaba y prefería mil veces dormir cerca de ellos que de los de muchos otros, pero las cosas son como son, y nadie cambiaba ese embriagador perfume. Se encogió de hombros, hacía demasiado frío como para andarse con muchos remilgos.

Entró en la pequeña despensa, en donde Salomon estaba cocinando. La muchacha le dedicó un saludo, no exento de una sonrisa. Se agachó ante la gran cesta y sacó su ración fría de pescado y carne. Se encaminó hacia el pasillo con tranquilidad. Valerie entraba por la puerta, con esa habitual mirada cautelosa, en sus bellos ojos azules. Volvió a sonreir.


¿Qué porque sonrío? Por educación. Bueno, tengo suerte, padre. Son buena gente, buenas personas. Al menos la mayoría lo son. O eso creo. Sí, está bien, algunos lo son, no todos. ¡Demonios! ¿Y quién sabe? Una no se puede fiar de nadie al fin y al cabo. Ni de nada. Y si no miradme, yo que siempre quise seguir vuestros pasos y me he convertido en maestra de armas casi sin proponérmelo. No padre, claro que no. Solo digo que nunca sabemos que nos depara el futuro. Eso solo lo sabe Manat.


Casi sin darse cuenta llegó a los campos. Atreo regaba las verduras, con el mimo y la paciencia habituales. Uriel, a su lado, parecía estar muy atento a todas las explicaciones del campesino. Se apoyó sobre la verja, observándolos, y empezó a masticar despacio, en silencio. Estaba bueno, bastante mejor que de costumbre. El sol brillaba con fuerza; a pesar de todo, el viento helado le erizaba el vello de la nuca.


Os preguntareis que me ocurre, pero en realidad lo sabéis bien. Estoy cambiando. No me asusta, pero sí me desconcierta. Ayer mismo acepté un regalo. No digáis eso, sé que no debí hacerlo. Nunca se da algo a cambio de nada y nunca es bueno deber un favor. Pero las cosas se ponen feas, en todos los sentidos, y puedo decir que es una necesidad. Puede que últimamente no sea tan consecuente con mis ideales, pero es que ya no son los mismos de antes. Hay gente a la que me siento obligada a proteger y no hay muchos medios para poder asegurarles un bienestar.

¿Os habéis fijado en mis armas? Llevan grabadas la palabra “Libertad” en el mango. Aun dudo de si soy más libre aquí que en Rostow. Me siento menos oprimida por los demás y aun así tan libre como antes, ni más ni menos. ¿A donde ha ido a parar ese sueño? Aun sigue latiendo en mi interior, pero pierde fuerzas, pierde fuerzas... porque el deber y el honor lo sustituyen poco a poco. ¿Qué me codeo demasiado con nobles? Qué gran verdad, no puede hacerme ningún bien.



Se dirigió con paso tranquilo hacia la costa sur. Dejó algunas lechugas en el suelo, y las ovejas balaron con entusiasmo, antes de acercarse y dar cuenta de ellas. Se sentó en el suelo, ante el mar, observando ensimismada el ir y venir de las olas.


Debilidades... ¡Je! Los dos sabemos perfectamente a qué os referís. Se lo que debo hacer. Entonces, ¿porqué me resulta tan difícil? Me siento imbécil cuando pienso en ello. Y pienso en ello gran parte del día. Cuantas horas perdidas ¿verdad? cuantas horas perdidas... y más que están por venir.
Ahora entiendo lo que vos queríais para mí, un mundo sencillo y gratificante. Y yo soñaba con pajaritos y mariposas incluso después de desposarme. Jhon... - suspiró – A veces pienso en él. Y a veces me siento culpable, porque no le echo de menos. Nunca le he echado de menos. Fue un buen hombre, atento, servicial, honesto, trabajador... un marido excelente. Y yo nunca estuve contenta; porque nunca lo amé, lo sabéis bien. Pero una cosa he de deciros, tampoco lo estaría ahora, a pesar de conocer el sufrimiento que os empeñasteis en evitarme, con tanto ahínco.

Esta vida es dura, injusta, cruel y difícil, pero otra cosa os diré, es mía. La he decidido yo, y lo he hecho sola, con valor y empecinamiento. Eso sí, solo me ha hecho mejor persona en algunos sentidos. Me he curtido, sufro más, me río menos y no hay hora en que no frunza el ceño. Es como si me acompañase un nubarrón oscuro a todas partes.

Incluso llegué a discutir con Caliel. Él que me tomó como aprendiz, antes que Mirgrof, sin pedir nada a cambio. Hace tanto tiempo de eso... Antes sabía aguantar mejor las bromas, hacer oídos sordos, reirme de las cosas, ignorarlas. Reirme con una risa sincera, no con una risa oscura. Y no sé si realmente tengo ahora más valor o más orgullo. Sí, también espero que no sea orgullo, no conduce a nada bueno. Si no fijaos en Ser Gaelan. No debería permitirlo...

No digáis eso. En realidad adoro salir de caza y el fragor de la batalla. Me siento viva luchando, tal que pareciese que que absorbiera la vitalidad que arrebato a los que hiero. Porque tengo justos motivos que me impulsan a ello. No es bonito confesarlo, pero es la realidad. No se si sería capaz de tomar otro camino, a veces medito sobre ello, a veces me lo planteo. Me daría paz y sosiego, sería más fácil. Y a la vez... a la vez me privaría de descubrir y asimilar tantas cosas... Ya no puedo vivir en una nube, como años atrás, he visto demasiado. En cierto modo estoy corrupta, sucia, y a la vez me siento más real y entera que nunca. ¿En eso consiste madurar? Pues vaya una mierda...

Lo siento, padre, ir con hombres que empuñan espadas tiene esas cosas. Hace que a una se le peguen los tacos asombrosamente rápido.

Si estuvierais aquí me diríais que hacer, que me conviene, y la verdad, os diría que ya lo sé, y ya no os escucharía. Porque en realidad siempre estáis de algún modo conmigo, y deseo escucharos y seguir vuestros consejos, porque es un camino fácil, hermoso. Pero es una falsedad. Ahí afuera hay un mundo de peligros que no se evaporan solos. Un camino de lodo cenagoso que hay que cruzar a pie. Y yo quiero cruzarlo, y lo pienso conseguir.



Se tumbó de espaldas sobre la hierba, con la cabeza apoyada sobre las manos. Observó largo rato el cielo despejado y celeste. Recogió una brizna de hierba y empezó a juguetear con ella. Se puso el verde y delgado tallo entre los labios, y lo meció pensativa largo rato.


- Se me acaba el tabaco... - gruñó por lo bajo. - ¡Que asco...!




Neisseria
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