Senderos de Cenizas
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Damion el Guardia, Yorath por unas horas.

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Damion el Guardia, Yorath por unas horas.  Empty Damion el Guardia, Yorath por unas horas.

Mensaje  Neisseria Mar Ene 25, 2011 2:30 pm

Damion, el guardia Yorath, avanzaba por las calles adoquinadas y húmedas, junto a sus dos compañeros de patrulla. Estaba tenso como un arco preparado, rígido como el mango de su bardiche, escondida tras su capa violeta. Sus botas metálicas resonaban en el pavimento a cada paso, y su armadura tintineaba a cada movimiento brusco. Embutido en la coraza que le ofrecía protección y, a la vez, suponía el mayor de los peligros, Damion permanecía callado en todo momento. Era un guardia mudo, porque sabía que solo su voz podía delatarlo como traidor, pues Damion era en realidad una mujer.

Después de que sus compañeros vieran con buenos ojos su propuesta de disfrazarse de soldados Yorath, se había limitado a escuchar y seguir con el plan establecido. Debía fiarse de ellos, y de su buen juicio, y, por supuesto, de la suerte. Era consciente de que esa era la única forma de rescatar a los reos de Rostow. Aun así, Damion no creía en la suerte. Damion se había convertido poco a poco en un ser desconfiado y pesimista, perdiendo su aire de inocencia risueña.

Llegaron a la Torre de brujería, sin contratiempos, allí había preparadas unas celdas de barrotes resistentes. En el suelo había madera y paja. Serían ajusticiados ahí mismo, así lo afirmó Ser Yorick Yorath. Las gotas de sudor frío afloraron cuando observó a los desnudos y moribundos presos entrar en las celdas. Eran sus valientes compañeros de batalla, y si todo salía mal, los vería morir ante sus ojos. Meneó la cabeza, intentando serenarse. Sus nervios siempre le jugaban malas pasadas, debía concentrarse y actuar con firmeza y determinación. Se cuadró ante Ser Yorick Yorath, mostrando un respeto y una sumisión fingidos.

Parte del populacho vitoreaba la muerte de sus amigos, otros plebeyos miraban serios y expectantes, dispuestos a cumplir su papel cuando llegara el momento.

Entonces apareció Ser Gaelan, la distracción perfecta en el momento preciso. Cuando lo llevaron preso, herido y encadenado a las mazmorras, los guardias siguieron al caballero Yorath, ofreciendo su ayuda. Debían robar la llave de las celdas, no estaban seguros de que el joven herrero Bryan fuera capaz de romper las cerraduras y las cadenas de los reos. No lo consiguieron.

Entonces empezó el caos. Un ir y venir por toda la ciudad, buscando gente, esquivando ataques. El guardia fue prudente, sabía que no podía esconderse como sus camaradas, que era más útil registrando la zona. Cuando se convenció de que todos estaban fuera de Rostow, de que era el último de sus camaradas rondando entre murallas enemigas, salió de la ciudad.

Ahí estaba la Orden de Thanatos, concentrada en su ataque feroz. Abrió los ojos de par en par, al ver a Ser Wortimer, pero no era momento ni lugar para demostrar alegría por aquel hombre, ni de hacerle ver que había sufrido desconociendo su paradero y su suerte. De hecho, quizás nunca existiera ni momento ni lugar idóneo para demostrar afecto a ese caballero de duro corazón. Y calló, consciente de ello. En vez de salir de sus labios una frase de feliz reencuentro, solo dijo:

No ataquéis, soy Jude.

Y Damion desapareció, a pesar de no haber existido nunca.

Acabaron con las mermadas tropas Yorath que aun defendían la entrada de Rostow. Bardiche en mano, vio brotar la sangre, los miembros cortados... una carnicería que la convertía de nuevo en asesina, defendiendo a los suyos, defendiendo sus ideales.

Sumida en sus pensamientos recogió a Hermes, regresaron a galope a la Torre. Por fin en casa... necesitaba una calada de pipa...

¡Warren! - gritó, abrazando al hombre desnudo sin pensar siquiera un segundo en otra cosa que no fuera su alegría de verlo de nuevo entre ellos.

Él era su compañero de armas. Cuando te has jugado la vida a primera linea de un batallón, y has defendido la espalda de tu camarada. Cuando has visto como un enemigo que te ataca por la retaguardia y muere, ensartado en el arma del mismo hombre que lucha a tu lado, todo cambia. No hay sensación de hermandad más fuerte y sólida que esa.

Se alejó del barullo de la multitud, del bullicio animado que reinaba en la Torre. Encendió su pipa ante el altar de Manat, y aspiró el humo de la picadura prendida.

Contra toda expectativa todo parecía haber salido a pedir de boca. Era algo a lo que no estaba acostumbrada, había tardado en asimilarlo buen rato, callada casi durante todo el viaje de vuelta a la Torre. Recordó al brujo quemándose en la pira con alaridos de dolor y pánico. Ella iba con la idea de que esa era su última noche en este mundo, y, en cambio había muerto otro en su lugar.

- La suerte no existe, la justicia no existe. Solo existe la muerte. - reflexionó, mientras daba una última calada a su vieja pipa.
Neisseria
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