Senderos de Cenizas
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Es mejor apagarse de una vez por todas que vivir extinguiendose por toda la eternidad.

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  Es mejor apagarse de una vez por todas que vivir extinguiendose por toda la eternidad. Empty Es mejor apagarse de una vez por todas que vivir extinguiendose por toda la eternidad.

Mensaje  Neisseria Jue Abr 14, 2011 11:22 pm

- El gobierno y la política no son para gente honrada y justa, Jude.

La voz de su padre, resonaba en su cabeza, lejana y distante, mientras salía dejando abiertas las puertas de Albor. Avanzó unos pasos y se giró hacia la ciudad, observándola, con cierta tristeza, sin saber que sería la última vez.

El sueño de una sociedad justa había muerto mucho atrás. La maldad de los hombres y mujeres que ostentaban el poder era patente, y la ignorancia de los ciudadanos también. No se daban cuenta de quién y como dirigían la ciudad. Meneó la cabeza con tristeza, pues ella era una idealista, y no comprendía a tantos que solo querían poder y dinero en los bolsillos.

Casi murió por Albor, dando a ver que hacía la Orden por aquella ciudad cuando era necesario. Nada. Peleó con uñas y dientes por conseguir que el pueblo opinara y fuera libre, pero nadie parecía darse cuenta. Para todos ellos era solo un muñeco más de un despiadado Consejo que los oprimía.

El pueblo necesitaba unirse, y hacer una revolución, sublevarse, pero ella ya no podía siquiera pensar en dirigirlos. Tenía otras cosas en que pensar. Miró su vientre, cada vez más hinchado y lo acarició con la palma de la mano.

Su hijo no iba a nacer en un buen lugar, pero cualquiera sería mejor que Albor. Albor, la ciudad de mentiras, de falsa libertad encubierta, la ciudad en donde el pueblo se dejaba pisar, y en donde los nobles se meaban en la cabeza de los ciudadanos y estos les sonreían a pesar de todo.

La ciudad que nunca acabaría de construirse por falta de motivación y organización. La ciudad en donde reinaba el caos. La ciudad en donde solo había leyes y decisiones injustas. En donde un consejero podía ascender a su fulana a consejera para tener doble voto y la gente ni se daba cuenta. La ciudad de los gallinas, avaros y necios.

La ciudad en donde el poder lo tenía la Orden y el pueblo dejaba que así fuera. Esa Orden que ni podía ni sabía defender los barracones que tanto ansiaban hacer construir gratis a los plebeyos. Barracones que usarían para dominar a sus súbditos y sembrar el miedo entre la población. La ciudad que no apoyaba a nadie a menos que vieran un cobre como pago.

Había costado tanto alzar y administrar lo poco que tenían... y todo se iría al garete por unos pocos. Mentira, todos eran culpables y responsables de la desgracia, por hacer las cosas mal o por no hacer nada. Era lo mismo, el caso es que nadie tenía huevos. Y ella no podía tenerlos; ahora no podía. Esperaba un hijo al que conseguir mantener o morir en el intento.

Hasta sus amigos la habían decepcionado. Muchas quejas, pero nada sólido. Muchas quejas, pero cuando llegaba la hora de la verdad ni se dejaban ver. Ya no eran libres, eran mercenarios, lo que siempre negó ser. Solo era cambiar de amo en cada encargo. Lo mismo podía decir de su compañero, que cada vez pasaba menos tiempo con ella. Ya no creía en nadie, ni en nada, pero la vida seguía, en su vientre.

Y el resto ya no tenía importancia. Solo su hijo importaba. No merecían nada, ya no merecían ni enfado, ni frustración, ni que se preocuparan, ni que alguien intentase comerse más mierda por ellos. Siempre había esperanza, la vida seguía.

Pero la vida es traicionera, como la muerte, como los asesinos. Quien iba a decir que moriría bajo sus manos, notando el cuchillo afilado rasgar sus mejillas, defendiendo su vientre hinchado con el escudo...

Arrodillada, escupiendo sangre, y revolviéndose de dolor, abrazada a su vientre, notó las manos aferrarse a su cuello. Notó la vida perderse lentamente como un río infinito hacia el mar... y derramó una lágrima, observando la cara del asesino, pensando en su hijo, que jamás nacería.





Neisseria
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