Ecos del pasado, sombras del futuro
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Ecos del pasado, sombras del futuro
Volvió a mirar al horizonte, apartando la vista del pergamino que sostenía en su mano izquierda.
Así que éste era el final, tras tantos años. Su diestra buceó en uno de los pliegues de su capa encontrando lo que buscaba. Dejó que su frío contacto refrescara la palma encallecida de su mano, extrañamente desprovista del guantalete metálico. Le relajaba, le tranquilizaba. Su rara perfección, su pequeño tamaño, su color que veía aún sin verlo. Le evocaba tantas cosas…
Cerró los ojos. Dejó volar su mente… dejó que todo fuera desfilando. El aletear de una bestia poderosa, las cabezas rodando con una expresión de pavor bajo el hacha del verdugo, los mineros esforzándose por un puente, un rey niño que trajo la ilusión, la marea de enemigos cuyos gemidos de muerte al ser enviados a Thanatos poblaban sus noches de sueño desiertas, un hermano muriendo con el corazón roto sobre un río, la amargura del injusto desprecio en la victoria, el olvido y la marginación en el banquete del triunfo, la traición, el exilio, la humillación, la ingratitud… y tantas y tantas caras de los que ya no están, de los que partieron. Mujeres nobles, brujas, guerreros, bardos, truhanes. Muchos años, demasiados tal vez, ni una sola arruga en la piel pero demasiadas heridas en el alma.
Y esos ojos que se girarían para despedirse, esa silueta que desparecería fundiéndose también con las sombras del pasado para ser un sueño.
Abrió los ojos y miró hacia la Torre, que bullía de actividad. Afanados mineros acarreaban piedra desde la mina, sargentos de la Orden hacían su ronda, sudorosos leñadores de torsos desnudos se afanaban obteniendo madera, el repique de un martillo golpeando el metal sonaba cual trompeta de guerra en la mañana. Dos figuras ya algo encorvadas dirigían plano en mano la distribución del material, observadas por una joven silenciosa que les seguía a todas partes.
Parpadeó y volvió a verlo todo. La Torre arrasada, los cadáveres de todos los habitantes, los animales muertos, las cosechas incendiadas, el hedor dulzón del triunfo de Thanatos… y todo ahí, tan cercano, como antes estuvo el bastión rebelde, como antes estuvo el refugio de Liam, como antes estuvieron las calles de Rostow… la misma sensación de muerte en el ambiente, la misma cercanía de la masacre.
Movió la cabeza con un gesto de negación y todo volvió a su sitio, la normalidad de ese día soleado se dibujó de nuevo en el paisaje de los hombres que se esforzaban en su trabajo, que criaban sus ilusiones, que abonaban sus sueños de esperanza y de futuro.
Arrojó el pergamino al suelo, clavó sus espuelas en los flancos de su corcel de batalla estirando de las riendas hacia atrás. Su montura se levantó a dos patas, inmensa y temible, golpeando con la fuerza de sus cascos blindados el suelo al volver a ponerse a cuatro patas. Giró las riendas y se dirigió hacia las puertas de la Torre.
Así que éste era el final, tras tantos años. Su diestra buceó en uno de los pliegues de su capa encontrando lo que buscaba. Dejó que su frío contacto refrescara la palma encallecida de su mano, extrañamente desprovista del guantalete metálico. Le relajaba, le tranquilizaba. Su rara perfección, su pequeño tamaño, su color que veía aún sin verlo. Le evocaba tantas cosas…
Cerró los ojos. Dejó volar su mente… dejó que todo fuera desfilando. El aletear de una bestia poderosa, las cabezas rodando con una expresión de pavor bajo el hacha del verdugo, los mineros esforzándose por un puente, un rey niño que trajo la ilusión, la marea de enemigos cuyos gemidos de muerte al ser enviados a Thanatos poblaban sus noches de sueño desiertas, un hermano muriendo con el corazón roto sobre un río, la amargura del injusto desprecio en la victoria, el olvido y la marginación en el banquete del triunfo, la traición, el exilio, la humillación, la ingratitud… y tantas y tantas caras de los que ya no están, de los que partieron. Mujeres nobles, brujas, guerreros, bardos, truhanes. Muchos años, demasiados tal vez, ni una sola arruga en la piel pero demasiadas heridas en el alma.
Y esos ojos que se girarían para despedirse, esa silueta que desparecería fundiéndose también con las sombras del pasado para ser un sueño.
Abrió los ojos y miró hacia la Torre, que bullía de actividad. Afanados mineros acarreaban piedra desde la mina, sargentos de la Orden hacían su ronda, sudorosos leñadores de torsos desnudos se afanaban obteniendo madera, el repique de un martillo golpeando el metal sonaba cual trompeta de guerra en la mañana. Dos figuras ya algo encorvadas dirigían plano en mano la distribución del material, observadas por una joven silenciosa que les seguía a todas partes.
Parpadeó y volvió a verlo todo. La Torre arrasada, los cadáveres de todos los habitantes, los animales muertos, las cosechas incendiadas, el hedor dulzón del triunfo de Thanatos… y todo ahí, tan cercano, como antes estuvo el bastión rebelde, como antes estuvo el refugio de Liam, como antes estuvieron las calles de Rostow… la misma sensación de muerte en el ambiente, la misma cercanía de la masacre.
Movió la cabeza con un gesto de negación y todo volvió a su sitio, la normalidad de ese día soleado se dibujó de nuevo en el paisaje de los hombres que se esforzaban en su trabajo, que criaban sus ilusiones, que abonaban sus sueños de esperanza y de futuro.
Arrojó el pergamino al suelo, clavó sus espuelas en los flancos de su corcel de batalla estirando de las riendas hacia atrás. Su montura se levantó a dos patas, inmensa y temible, golpeando con la fuerza de sus cascos blindados el suelo al volver a ponerse a cuatro patas. Giró las riendas y se dirigió hacia las puertas de la Torre.
Brian du Bois Guilbert- Cantidad de envíos : 642
Fecha de inscripción : 05/09/2009
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