El origen de la Plaga
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El origen de la Plaga
Aquí os dejamos la historia que escribimos hace ya unos años y sirve de trasfondo al servidor
Hace más de 150 años una guerra se desató en el continente de Etrania. Los seguidores del dios sol y del dios luna procedentes del continente de Mohur decidieron luchar contra Rostow y sus territorios, seguidores del dios Gibil. Un poderoso ejército partió hacia Rostow. Los seguidores del dios sol tenían a Gibil como la representación de todo lo malvado y en su fanatismo estaban decididos a erradicar su culto. Hay que decir que no todos los seguidores de Gibil eran malvados o creían en la soberanía de su dios: algunos consideran que Gibil, como dios del fuego, tiene una cualidad protectora que otorga fuerza a los ideales propios y decisión para proteger aquéllo en lo que uno cree. Y ciertamente Gibil, a pesar de ser un dios "malvado", dicen que valora estas cualidades, más allá del bien y del mal.
El ejército del dios Assabin llegó a Etrania y empezó a destruir las aldeas de las fronteras: fue un ataque cruel, en las que las personas que podían tener cualquier relación con Gibil (ya fuera real o inventada) eran fríamente asesinadas. Por supuesto, algunos miembros del ejército mohur veían lo equivocado de su proceder pero no pudieron hacer nada por detener los crímenes.
En Rostow se comprendió que sus fuerzas apenas podían competir con las de este ejército y el pueblo se hundió en la desesperación. Los miembros dirigentes del Culto comenzaron a pedir auxilio a su dios durante las 24 horas: ni dormían ni comían, totalmente entregados a sus rezos. Durante días rezaron sin recibir respuesta. Comenzaron los sacrificios. Finalmente el Supremo Sacerdote Damian, quien fue el primero en ponerse a rezar y quien más determinación mostraba, cayó derrumbado, totalmente inconsciente. Y tuvo un sueño.
En su sueño vio que había una manera de detener la invasión, pero suponía un sacrificio terrible. Un sacrificio que jamás se habrían planteado hacer en ninguna circunstancia salvo en la actual. En el sueño lo veía claro: un ritual poderoso que encerraría al dios Gibil en una gema y le sellaría dormido. Esa gema, le dijo el sueño, les daría un poder absoluto, el poder que les permitiría cumplir sus deseos.
Eso significaba que para salvarse tendrían que traicionar a su dios. El Sacerdote Supremo disipó sus dudas. Querían una respuesta y la habían recibido.
Algunos seguidores de la diosa Manat que poseían el don dirigidas por la Gran Profetisa Sirac intentaron impedir el ritual. No sabían muy bien de qué hablaban pero sí veían que algo terrible podía ocurrir. Decían que había otras salidas y no todas tenían semejante precio. El Culto consideró que los que tuvieran el don podían ser un impedimento y decidieron perseguirles, acabando con muchos de ellos.
Los miembros más poderosos del Culto, los magísteres, comenzaron el ritual y los cánticos. El Sacerdote Supremo se acercó a la gema: "Libéranos de nuestro enemigo: extermínalo sin compasión, no permitas que uno solo de ellos regrese a casa sano y salvo". La gema emitió un brillo. Todos cayeron inconscientes al liberar su poder, y ahí estaba: la pequeña gema parecía contener dentro de sí el fuego de un sol, pero tenía un extraño tono azulado.
Un sirviente se acercó a tomarla ante la desconfianza de los miembros del Culto y, nada más tocarla con sus dedos, se desintegró, como si una poderosa llama estallara dentro de sí. Desde entonces nadie la volvió a tocar.
Todavía no lo sabían pero el deseo del Sacerdote Supremo se había cumplido.
El ejército enemigo vio cómo sus tropas eran aquejadas por un mal sin cura y sus tropas comenzaron a mermar rápidamente. Era una enfermedad terrible que ni los sacerdotes mohures podían enfrentar. Las gentes de Etrania, aquéllas a las que se quería salvar, también fueron víctimas de este mal. Los pueblos se aislaron desconfiando de cualquier extraño. Rostow se encerró en sus murallas. El ejército del sol fue aniquilado. Y comenzó la era de la Plaga.
"Yo no quería esto", susurraba para sí el Supremo Sacerdote. Él y sus compañeros perdieron su poder a raíz del ritual. En lo más profundo de su corazón sabían que habían hecho algo terrible: habían invocado la plaga, que estaba exterminando no sólo al enemigo si no a su pueblo y a sus familias, haciendo que su país se sumiera en las tinieblas. El miedo les había cegado. Pero en verdad esto no les preocupaba: se habían salvado ellos. El problema era que en su fuero interno tenían la certeza de que tendrían que pagar un precio, y estaban convencidos de que debían impedir que Gibil escapara de su encierro si querían evitar pagar ese precio. El Culto no podía permitir que su dios escapara de la gema; debían mantenerle encerrado si querían evitar su ira. Debían poner todos los medios para que la plaga permaneciera...
Y así fue que durante generaciones el Culto utilizó la plaga para, irónicamente, aumentar el culto a Gibil y ganar poder e influencia en Rostow. Generaciones de encierro en que el Culto modificó la religión y el conocimiento que se tenía de los dioses utilizando el miedo a la plaga para su beneficio. Pero también hay que decir, justo es decirlo, que gracias a ellos se pudo mantener el control en las ciudades: fueron la autoridad moral indiscutible y los únicos a los que el pueblo obedecía. Los gobernadores no empezaron a tomar las riendas de la ciudad hasta que hubo mayor orden, momento en que el Culto fue perdiendo, puede que a su pesar, el control de Rostow.
¿Qué fue del Supremo Sacerdote Damian y sus compañeros del ritual? Cada uno de sus compañeros representaba un dios, siendo Damian el representante de Gibil. Aquéllos que participaron en el ritual se volvieron muy longevos y en la ciudad se decía cómo eso demostraba que el dios Gibil les favorecía y debían obedecerles. En realidad la muerte les esquivaba y comprendieron que eran inmortales. Su cuerpo poco a poco se iba marchitando pero seguían con vida, cada vez más unas carcasas. Uno murió quitándose la vida presa de la desesperación, otro fue asesinado. Los magísteres que permanecieron con vida eran Lodivous, magíster de Thánatos, un antiguo y genial brujo que decidió dedicar su vida a los dioses; Lugoth, magíster de Nanshe, el más astuto y el más cercano a Damian, y con el poder de viajar a los sueños de los demás; Belkin, magíster de Ogmio, renegó de sus compañeros y se aisló en el norte; y Damian, el líder de todos ellos y la mano que movía los hilos detrás de El Culto. Cada vez que uno de ellos moría la plaga parecía perder fuerza, como si su energía fuera la que la alimentaba, y un poderoso terremoto sacudía la tierra desde el antiguo templo de Gibil subterráneo, como si el mismísimo dios luchara por liberarse de su encierro. Pero el Supremo Sacerdote Damian, ahora una momia, y otros pocos permanecieron con vida, y son quienes manejan al Culto desde las sombras. Secuestran a los que nacen con el don de la providencia y los utilizan para intentar predecir los acontecimientos: para que la verdad no salga a la luz y lo más importante: mantenerse con vida.
Ahora bien, aunque los seguidores de Manat fueron perseguidos no todos sus esfuerzos fueron en vano.
Sirac, la Gran Profetisa de Manat, tuvo que tomar una difícil decisión. Últimamente las visiones entre aquéllos con el don habían aumentado, y le preocupaba. Algún suceso de gran importancia y peligro podría tener lugar y estaba relacionado de algún modo con el Culto. Pero no era tan fácil. Las profecías apuntaban a que este suceso, en el que estaba implicado el poder de un dios, podía ser impedido a tiempo. Estaban convencidas de que la guerra podría detenerse ya que según algunas visiones algunos dirigentes del ejército de Assabin comenzaban a tener serias dudas de su misión. Sólo la influencia de algunos fanáticos les hacía proseguir.
Ella misma lo había visto: si intentaban detener al Culto se exponían a su extinción. Por algún motivo el Culto les perseguiría. No tenía por qué ser así si conseguían detener aquéllo que el Culto se proponía, pero era un gran riesgo.
Decidieron actuar y prevenir al Culto mediante su consejo y sus visiones, instándole a buscar otra vía y hablándoles de las dudas del ejército invasor. Pero hicieron caso omiso. Además consideraron que Manat y sus seguidores podían constituir un problema si averiguaban su secreto, ya fuera en ese momento o más adelante. Les persiguieron y exterminaron o doblegaron.
La Gran Profetisa, previendo este suceso, había escondido en algunos lugares secretos de sus templos profecías hablando de sucesos futuros en que podría liberarse al mundo de aquéllo que el Culto pretendía hacer y que podría ayudar a aquéllos valientes decididos a corregir el rumbo de las cosas.
En la actualidad, hay una costumbre por la cual los recién nacidos deben ser bendecidos por un sacerdote del Culto. Si ven que posee el don, le es arrebatado de sus padres y llevado a un templo de Rostow en que se les dice que su don es una maldición y se les enseña a vivir con él allí, sin salir a la sociedad, pero sobretodo controlando el don y haciéndoles creer que esas visiones son sueños falsos.
Damian sobre todo quiere evitar que se conozca la verdad, y por eso siempre ha intentado de todas las formas posibles evitar que Rostow se abriera a Etrania. El que los muros permanecieran cerrados aseguraba que no se conocieran los sucesos que rodeaban a la Plaga. Además Damian conoce la existencia los pergaminos secretos que hablan de las profecías dejados por Sirac y busca desesperadamente cualquier información sobre ellos.
Hace más de 150 años una guerra se desató en el continente de Etrania. Los seguidores del dios sol y del dios luna procedentes del continente de Mohur decidieron luchar contra Rostow y sus territorios, seguidores del dios Gibil. Un poderoso ejército partió hacia Rostow. Los seguidores del dios sol tenían a Gibil como la representación de todo lo malvado y en su fanatismo estaban decididos a erradicar su culto. Hay que decir que no todos los seguidores de Gibil eran malvados o creían en la soberanía de su dios: algunos consideran que Gibil, como dios del fuego, tiene una cualidad protectora que otorga fuerza a los ideales propios y decisión para proteger aquéllo en lo que uno cree. Y ciertamente Gibil, a pesar de ser un dios "malvado", dicen que valora estas cualidades, más allá del bien y del mal.
El ejército del dios Assabin llegó a Etrania y empezó a destruir las aldeas de las fronteras: fue un ataque cruel, en las que las personas que podían tener cualquier relación con Gibil (ya fuera real o inventada) eran fríamente asesinadas. Por supuesto, algunos miembros del ejército mohur veían lo equivocado de su proceder pero no pudieron hacer nada por detener los crímenes.
En Rostow se comprendió que sus fuerzas apenas podían competir con las de este ejército y el pueblo se hundió en la desesperación. Los miembros dirigentes del Culto comenzaron a pedir auxilio a su dios durante las 24 horas: ni dormían ni comían, totalmente entregados a sus rezos. Durante días rezaron sin recibir respuesta. Comenzaron los sacrificios. Finalmente el Supremo Sacerdote Damian, quien fue el primero en ponerse a rezar y quien más determinación mostraba, cayó derrumbado, totalmente inconsciente. Y tuvo un sueño.
En su sueño vio que había una manera de detener la invasión, pero suponía un sacrificio terrible. Un sacrificio que jamás se habrían planteado hacer en ninguna circunstancia salvo en la actual. En el sueño lo veía claro: un ritual poderoso que encerraría al dios Gibil en una gema y le sellaría dormido. Esa gema, le dijo el sueño, les daría un poder absoluto, el poder que les permitiría cumplir sus deseos.
Eso significaba que para salvarse tendrían que traicionar a su dios. El Sacerdote Supremo disipó sus dudas. Querían una respuesta y la habían recibido.
Algunos seguidores de la diosa Manat que poseían el don dirigidas por la Gran Profetisa Sirac intentaron impedir el ritual. No sabían muy bien de qué hablaban pero sí veían que algo terrible podía ocurrir. Decían que había otras salidas y no todas tenían semejante precio. El Culto consideró que los que tuvieran el don podían ser un impedimento y decidieron perseguirles, acabando con muchos de ellos.
Los miembros más poderosos del Culto, los magísteres, comenzaron el ritual y los cánticos. El Sacerdote Supremo se acercó a la gema: "Libéranos de nuestro enemigo: extermínalo sin compasión, no permitas que uno solo de ellos regrese a casa sano y salvo". La gema emitió un brillo. Todos cayeron inconscientes al liberar su poder, y ahí estaba: la pequeña gema parecía contener dentro de sí el fuego de un sol, pero tenía un extraño tono azulado.
Un sirviente se acercó a tomarla ante la desconfianza de los miembros del Culto y, nada más tocarla con sus dedos, se desintegró, como si una poderosa llama estallara dentro de sí. Desde entonces nadie la volvió a tocar.
Todavía no lo sabían pero el deseo del Sacerdote Supremo se había cumplido.
El ejército enemigo vio cómo sus tropas eran aquejadas por un mal sin cura y sus tropas comenzaron a mermar rápidamente. Era una enfermedad terrible que ni los sacerdotes mohures podían enfrentar. Las gentes de Etrania, aquéllas a las que se quería salvar, también fueron víctimas de este mal. Los pueblos se aislaron desconfiando de cualquier extraño. Rostow se encerró en sus murallas. El ejército del sol fue aniquilado. Y comenzó la era de la Plaga.
"Yo no quería esto", susurraba para sí el Supremo Sacerdote. Él y sus compañeros perdieron su poder a raíz del ritual. En lo más profundo de su corazón sabían que habían hecho algo terrible: habían invocado la plaga, que estaba exterminando no sólo al enemigo si no a su pueblo y a sus familias, haciendo que su país se sumiera en las tinieblas. El miedo les había cegado. Pero en verdad esto no les preocupaba: se habían salvado ellos. El problema era que en su fuero interno tenían la certeza de que tendrían que pagar un precio, y estaban convencidos de que debían impedir que Gibil escapara de su encierro si querían evitar pagar ese precio. El Culto no podía permitir que su dios escapara de la gema; debían mantenerle encerrado si querían evitar su ira. Debían poner todos los medios para que la plaga permaneciera...
Y así fue que durante generaciones el Culto utilizó la plaga para, irónicamente, aumentar el culto a Gibil y ganar poder e influencia en Rostow. Generaciones de encierro en que el Culto modificó la religión y el conocimiento que se tenía de los dioses utilizando el miedo a la plaga para su beneficio. Pero también hay que decir, justo es decirlo, que gracias a ellos se pudo mantener el control en las ciudades: fueron la autoridad moral indiscutible y los únicos a los que el pueblo obedecía. Los gobernadores no empezaron a tomar las riendas de la ciudad hasta que hubo mayor orden, momento en que el Culto fue perdiendo, puede que a su pesar, el control de Rostow.
¿Qué fue del Supremo Sacerdote Damian y sus compañeros del ritual? Cada uno de sus compañeros representaba un dios, siendo Damian el representante de Gibil. Aquéllos que participaron en el ritual se volvieron muy longevos y en la ciudad se decía cómo eso demostraba que el dios Gibil les favorecía y debían obedecerles. En realidad la muerte les esquivaba y comprendieron que eran inmortales. Su cuerpo poco a poco se iba marchitando pero seguían con vida, cada vez más unas carcasas. Uno murió quitándose la vida presa de la desesperación, otro fue asesinado. Los magísteres que permanecieron con vida eran Lodivous, magíster de Thánatos, un antiguo y genial brujo que decidió dedicar su vida a los dioses; Lugoth, magíster de Nanshe, el más astuto y el más cercano a Damian, y con el poder de viajar a los sueños de los demás; Belkin, magíster de Ogmio, renegó de sus compañeros y se aisló en el norte; y Damian, el líder de todos ellos y la mano que movía los hilos detrás de El Culto. Cada vez que uno de ellos moría la plaga parecía perder fuerza, como si su energía fuera la que la alimentaba, y un poderoso terremoto sacudía la tierra desde el antiguo templo de Gibil subterráneo, como si el mismísimo dios luchara por liberarse de su encierro. Pero el Supremo Sacerdote Damian, ahora una momia, y otros pocos permanecieron con vida, y son quienes manejan al Culto desde las sombras. Secuestran a los que nacen con el don de la providencia y los utilizan para intentar predecir los acontecimientos: para que la verdad no salga a la luz y lo más importante: mantenerse con vida.
Ahora bien, aunque los seguidores de Manat fueron perseguidos no todos sus esfuerzos fueron en vano.
Sirac, la Gran Profetisa de Manat, tuvo que tomar una difícil decisión. Últimamente las visiones entre aquéllos con el don habían aumentado, y le preocupaba. Algún suceso de gran importancia y peligro podría tener lugar y estaba relacionado de algún modo con el Culto. Pero no era tan fácil. Las profecías apuntaban a que este suceso, en el que estaba implicado el poder de un dios, podía ser impedido a tiempo. Estaban convencidas de que la guerra podría detenerse ya que según algunas visiones algunos dirigentes del ejército de Assabin comenzaban a tener serias dudas de su misión. Sólo la influencia de algunos fanáticos les hacía proseguir.
Ella misma lo había visto: si intentaban detener al Culto se exponían a su extinción. Por algún motivo el Culto les perseguiría. No tenía por qué ser así si conseguían detener aquéllo que el Culto se proponía, pero era un gran riesgo.
Decidieron actuar y prevenir al Culto mediante su consejo y sus visiones, instándole a buscar otra vía y hablándoles de las dudas del ejército invasor. Pero hicieron caso omiso. Además consideraron que Manat y sus seguidores podían constituir un problema si averiguaban su secreto, ya fuera en ese momento o más adelante. Les persiguieron y exterminaron o doblegaron.
La Gran Profetisa, previendo este suceso, había escondido en algunos lugares secretos de sus templos profecías hablando de sucesos futuros en que podría liberarse al mundo de aquéllo que el Culto pretendía hacer y que podría ayudar a aquéllos valientes decididos a corregir el rumbo de las cosas.
En la actualidad, hay una costumbre por la cual los recién nacidos deben ser bendecidos por un sacerdote del Culto. Si ven que posee el don, le es arrebatado de sus padres y llevado a un templo de Rostow en que se les dice que su don es una maldición y se les enseña a vivir con él allí, sin salir a la sociedad, pero sobretodo controlando el don y haciéndoles creer que esas visiones son sueños falsos.
Damian sobre todo quiere evitar que se conozca la verdad, y por eso siempre ha intentado de todas las formas posibles evitar que Rostow se abriera a Etrania. El que los muros permanecieran cerrados aseguraba que no se conocieran los sucesos que rodeaban a la Plaga. Además Damian conoce la existencia los pergaminos secretos que hablan de las profecías dejados por Sirac y busca desesperadamente cualquier información sobre ellos.
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