Urg

El pequeño ettin intentaba huir de la manada de leones como podía. Los padres de la criatura le habían perdido y ahora se encontraba solo, desesperado. Apenas lo que sería un niño para el estándar de los ettins, los leones habían conseguido morderle una pierna y le empezaban a rodear, sabiendo que su presa no podría escapárseles. A pesar de la naturaleza violenta y temeraria de los ettins, el pequeño monstruo estaba aterrado y movía su pequeño garrote de un lado a otro sin ningún criterio, esperando asustar a la manada que le acechaba.

Y, de repente, los leones se detuvieron en seco. Miraban hacia el joven ettin con rabia y mostrando sus dientes, pero poco a poco fueron se mirando unos a otros, luego a su alrededor y, en un instante, todos ellos se habían dispersado por la densa jungla.

El ettin tragó saliva e intentó levantarse, sin apenas poder andar. Sintió una fuerte presencia a su espalda y cayó al suelo perdiendo el equilibrio mientras se daba la vuelta. Tenía una forma humanoide, pero parecía viejo, muy, muy viejo, como si formara parte de la misma jungla; los profundos y oscuros ojos le miraban con curiosidad. Acercó una mano y tómo la mano del pequeño ettin, ayudándole a levantarse. Y mostró una sonrisa: no una sonrisa de alegría; sólo un gesto destinado a tranquilizar al monstruo. Pero el monstruo se tranquilizó y supo que el anciano le ayudaría.

- Mi nombre es Belkin y, desde hoy, seré tu padre.

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Urg, que así se llamó al ettin, se crio bajo el cuidado de Belkin y, al igual que los otros hijos del anciano, creció con más fuerza, inteligencia y habilidad que cualquier otro miembro de su especia. Belkin poseía un poder que hacía que todas las criaturas bajo su cuidado fueran excepcionales. Lo llamaba la bendición de Ogmio, el dios al que servía. El problema de Urg es que creció en inteligencia, pero no a partes iguales... la cabeza derecha era astuta y retorcida, siempre buscando su propio beneficio, mientras que la izquierda, muy corta de miras, sólo pensaba en comer y en llenar su estómago con cualquier cosa que se moviera, al menos, un poco. Uno podría pensar que la cabeza izquierda serviría a la derecha, pero como cada una de ellas manejaba una mitad del cuerpo no tenían más remedio que llevarse bien y hacer acuerdos continuamente para poder coexistir. Aunque, a la hora de la verdad, la cabeza derecha era quien tomaba las decisiones importantes en la vida de Urg que no tuviesen una relación directa con su digestión.

Entre sus hermanos había poderosos animales, otros monstruos, incluso un cíclope; pero con quien mejor se llevó siempre, aun siendo el más problemático de todos, era una araña a la que Belkin recogió más tarde que a Urg. Urg se hizo cargo de ella como si fuera su hermana pequeña. La araña creció de una forma desmesurada, pero su carácter violento e impulsivo le hacía la más problemática de los hijos de Belkin, hasta el punto de que, un día, acabó con la vida de uno de sus hermanos. Belkin le desterró y le dijo que jamás volviera a sus dominios; ella obedeció a su padre, pero Urg, incapaz de dejarla ir sola, la acompañó en su destierro.

Ambos se instalaron en un bosque lejano del sur, llamado por los habitantes de Rostow el Bosque de las Lágrimas. Allí la araña sembró el terror a través de sus hijas, mientras Urg intentaba que los humanos no se acercaran demasiado al bosque.

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A lo largo de los años, Urg había luchado contra los bandidos: solían entrar al bosque a talar madera y matar arañas, y Urg les odiaba. Había tolerado a algunos habitantes de Rostow y Albor -siempre y cuando no llevaran una capa roja: la Orden había dado muchos motivos a Urg para que les odiara- y ayudó a los habitantes de Rostow en la lucha contra los bandidos. Incluso cuidó y crio a una humana que luego le abandonó llamada Eskarina.

Ahora que su padre había muerto, todos los hijos de Belkin se dispersaron por el continente Etrania. Urg siguió viviendo con su hermana en el Bosque de las Lagrimas, asustando y manteniendo en la distancia a esos patéticos humanos.