Priscilla

Priscilla, nunca fue ni muy buena ni muy malvada, siempre luchando por ella y para ella misma, silenciosa y aguda, fría y oscura. Su inexpresivo y sereno rostro causa pavor a aquellos que se le acercan.

Acostumbrada a deambular en la soledad y acomodada a la oscuridad de la noche, en pocas ocasiones quiso relacionarse con otros humanos, exceptuando algunos encuentros casuales con alguna persona perdida, siempre y cuando ella quisiera que fuera vista, algunas veces cuando se aburría, también los miraba para comprender y conocer sus costumbres, siempre desde la oscuridad y sin ser vista.
Nunca tubo amigos, solamente un lobo al que le salvo la vida en una ocasión fue al único que pudo considerar amigo.

Firme en sus actos y en sus decisiones, no le gusta conversar ni siquiera hablar, solamente cuando cree que realmente tiene algo interesante que decir o conveniente para ella lo dice.

Se alimenta de todo lo que encuentra y solo cree en su arco y en sus flechas.
Ignora quienes son sus padres y asumió hace mucho tiempo que no necesitaba saberlo.
A pasado la mayor parte de su vida cazando en la noche sola, y durmiendo durante casi todo el día en pequeñas cuevas que iba descubriendo en las montañas, siempre en sitios diferentes para evitar dejar constancia de su paso, en ocasiones también dormía en las copas de los árboles más cómodos.

Quizá por su soledad o por su rutina, hacia ya un tiempo que no dejaba de rondar por su cabeza un sentimiento de soledad que cada vez se hacia mas grande, sabia que la única forma que había de calmarlo era intentar relacionarse un poco con el resto de las personas, eso no le iba a resultar fácil, pero tenia que intentarlo.

Muy a su desgana partió rumbo a un pequeño pueblo del que alguna vez había oído hablar;

- Albor…se dijo a si misma.

- Es momento de que me conozcan sus habitantes