Cristales rotos
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Cristales rotos
Los primeros rayos de sol despertaron al caballero que se removió en la cama. Aún somnoliento alargó la mano para abrazar a su compañera. Y la realidad le soltó una bofetada para despertarle. Frío. No había nadie. Se incorporó y notó su cuerpo sudoroso. Había tenido pesadillas otra vez. Soñaba con ella, con su hijo, y luego a ambos se los llevaba una sombra, dejando un sendero de sangre. Un rastro que era incapaz de seguir.
Notó sus manos doloridas, las uñas rotas y ensangrentadas. Había pasado la noche cavando dos tumbas. Dos tumbas vacías. Primero lo intentó con la espada, pero cuando la rabia y el dolor hicieron presa de él, cavó con las manos. No recordaba cuánto había pasado allí, en la oscuridad, bajo la lluvia, en ese lugar en el que tanto tiempo compartieron. En ese lugar donde su hijo fue concebido. En ese pequeño saliente azotado por el mar, que ahora estaba prohibido para él.
Cogió un vaso de la mesilla y se bebió el contenido de un trago. Luego lo sopesó, pasándolo de una mano a otra. Con una voz ronca por el dolor, habló para sí mismo.
- Joder, James. ¿Qué es esto?
Miró el cristal en sus manos con una mezcla de nostalgia y desprecio. Ese vaso representaba muchas cosas. Representaba la ruptura de sus votos. No de acción, pero sí en espíritu. Representaba un futuro inesperado. Le demostraba que no era tan fuerte como creía. Que no era capaz de controlar su corazón. Que no era capaz de proteger a quien amaba.
- ¿Qué iba a ser lo siguiente, una granja y un perrito?
Apretó con furia el recipiente, depositó en él toda la rabia y el odio que corría por sus venas. Y lo lanzó con fuerza contra la pared. Trozos de cristal cayeron al suelo en esa habitación que habían usado durante muchas noches. La habitación que significaba un futuro juntos, como una familia.
- Eres un idiota, esto te evitaban tus votos.
Bajó todavía medio desnudo, ante la atenta mirada del posadero. Comenzó a sacar cosas de su cofre. Esa caja de madera y meteal también tenía significado, había apartado sus sueños de libertad y pensado en asentarse en un lugar que no le correspondía. Abrazar el sedentarismo por una mujer. Negó con la cabeza para sí mismo.
- Las cosas que hago por amor. - Hizo una pausa. - O que hacía.
Metió sus pertenencias en una mochila. Apartó su vieja armadura, sus armas y unas pocas monedas. Cuando llegó al pergamino con el sello del gremio, lo tanteó en las manos un momento. Luego lo dejó a un lado, junto con una bolsa de dinero. Se calzó, se vistió y salió fuera. Vació el contenido del macuto sobre una pila de madera que había reunido y le prendió fuego a todo. Enfundado en su armadura y pertrechado con sus armas, palmeó el cuello de su caballo mientras veía arder todo lo que le ataba a Albor. O al menos lo que quedaba de lo que le había atado. Pasó horas alimentando el fuego para asegurarse de que no quedaba nada. Y cuando los últimos rescoldos se apagaron, se caló de nuevo el yelmo. Y el hombre que había sido quedó en aquella fogata, y sobre Manco, volvió a montar Ser James, el caballero errante.
Y desde la altura de su montura contempló aquella escena. Y juró para sí mismo que la sangre correría para vengar la muerte de la mujer a la que amaba y de su hijo no nato. Y también juró que jamás volvería a caer en la tentación de romper sus votos.
Eso es lo que cuenta en la taberna un viejo constructor que dice le vio. Aunque dicen por ahí, que por un par de cervezas se inventa cualquier historia.
Notó sus manos doloridas, las uñas rotas y ensangrentadas. Había pasado la noche cavando dos tumbas. Dos tumbas vacías. Primero lo intentó con la espada, pero cuando la rabia y el dolor hicieron presa de él, cavó con las manos. No recordaba cuánto había pasado allí, en la oscuridad, bajo la lluvia, en ese lugar en el que tanto tiempo compartieron. En ese lugar donde su hijo fue concebido. En ese pequeño saliente azotado por el mar, que ahora estaba prohibido para él.
Cogió un vaso de la mesilla y se bebió el contenido de un trago. Luego lo sopesó, pasándolo de una mano a otra. Con una voz ronca por el dolor, habló para sí mismo.
- Joder, James. ¿Qué es esto?
Miró el cristal en sus manos con una mezcla de nostalgia y desprecio. Ese vaso representaba muchas cosas. Representaba la ruptura de sus votos. No de acción, pero sí en espíritu. Representaba un futuro inesperado. Le demostraba que no era tan fuerte como creía. Que no era capaz de controlar su corazón. Que no era capaz de proteger a quien amaba.
- ¿Qué iba a ser lo siguiente, una granja y un perrito?
Apretó con furia el recipiente, depositó en él toda la rabia y el odio que corría por sus venas. Y lo lanzó con fuerza contra la pared. Trozos de cristal cayeron al suelo en esa habitación que habían usado durante muchas noches. La habitación que significaba un futuro juntos, como una familia.
- Eres un idiota, esto te evitaban tus votos.
Bajó todavía medio desnudo, ante la atenta mirada del posadero. Comenzó a sacar cosas de su cofre. Esa caja de madera y meteal también tenía significado, había apartado sus sueños de libertad y pensado en asentarse en un lugar que no le correspondía. Abrazar el sedentarismo por una mujer. Negó con la cabeza para sí mismo.
- Las cosas que hago por amor. - Hizo una pausa. - O que hacía.
Metió sus pertenencias en una mochila. Apartó su vieja armadura, sus armas y unas pocas monedas. Cuando llegó al pergamino con el sello del gremio, lo tanteó en las manos un momento. Luego lo dejó a un lado, junto con una bolsa de dinero. Se calzó, se vistió y salió fuera. Vació el contenido del macuto sobre una pila de madera que había reunido y le prendió fuego a todo. Enfundado en su armadura y pertrechado con sus armas, palmeó el cuello de su caballo mientras veía arder todo lo que le ataba a Albor. O al menos lo que quedaba de lo que le había atado. Pasó horas alimentando el fuego para asegurarse de que no quedaba nada. Y cuando los últimos rescoldos se apagaron, se caló de nuevo el yelmo. Y el hombre que había sido quedó en aquella fogata, y sobre Manco, volvió a montar Ser James, el caballero errante.
Y desde la altura de su montura contempló aquella escena. Y juró para sí mismo que la sangre correría para vengar la muerte de la mujer a la que amaba y de su hijo no nato. Y también juró que jamás volvería a caer en la tentación de romper sus votos.
Eso es lo que cuenta en la taberna un viejo constructor que dice le vio. Aunque dicen por ahí, que por un par de cervezas se inventa cualquier historia.
James- Cantidad de envíos : 7
Fecha de inscripción : 22/02/2010
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