Giros Vertiginosos
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Giros Vertiginosos
Despertó entre las sábanas, empapadas de sudor, inquieta. Por la ventana se colaba un rayo de luz del alba; no debían ser más de las seis de la mañana. Palpó el lecho con la mano derecha, y encontró el cuerpo tibio del hombre a su lado. Su mirada se clavó en el techo de piedra, pensativa.
Hacía tan solo tres años de todo aquello, tres años que parecían una vida entera. Se recordó saliendo de la puerta de la que había sido su casa para no volver, vestida de negro. Aquellos habían sido días duros e inciertos, sin una moneda en el bolsillo. Las penurias la habían obligado a salir de caza, buscando sustento, y había acabado por adaptarse a aquella forma de vida. Por primera vez en su vida lo cotidiano no se había vuelto rutinario. Las heridas de sus manos y su cuerpo eran pruebas más que suficientes de su tenacidad y obstinación.
Tiñó su capa de verde, rebelde ante su condición de viuda. Verde como los campos de su infancia, como sus recuerdos alegres, como anchos espacios extramuros que la hacían sentir excarcelada y desbocada.
Y nombró a su alabarda “Libertad”, para que le recordase lo que jamás debía perder de nuevo. La alabarda que la hizo rebelarse ante su condición de mujer. Ahora estaba confinada, relegada en una bolsa de su arcón, sustituida por la lanza y el escudo. Y sin embargo, a pesar de los años, el mismo nombre estaba grabado en las nuevas armas.
A su memoria volvió el Templo, las conversaciones con el bueno del Padre Wood, y las no tan amenas charlas en el final de sus días. Recordó la estatua de Manat en los jardines, que tanto frecuentó, noches atrás.
Empezó a sentir que quería algo más de si misma, y se embarcó en las duras pruebas que le encomendó su maestro Mirgrof. Pruebas que nunca llegó a finalizar al completo por aquella larga enfermedad, que la mantuvo postrada en la cama varios meses, y la obligó a empezar de cero, sin más que su preciada arma y su nueva armadura.
A pesar de los malos augurios llegó su recuperación, su retomada libertad, su euforia por vivir. Cuando salió de las más míseras camas de paja de la posada no le quedaba nada, ni siquiera el maestro que debía continuar su entrenamiento. Pero siguió adelante, sola, una vez más.
Cuando la rueda fortuna hizo un giro impensable había tenido que adaptarse de nuevo. Empezar de cero, por tercera vez. Contempló la caída y posterior exilio de la Orden, la llegada a la Torre Blanca, ahora denominada Albor. Entonces decidió, más que nunca, luchar por lo que creía justo, por una nueva vida. Un sueño que, tras tantas traiciones, malentendidos y disputas, solo se había cumplido en parte.
Ahora la nueva y majestuosa imagen marfileña de la diosa moraba en el centro de su ciudad, la ciudad de los renegados. La ciudad de todos aquellos que habían tenido valor para cambiar el destino, valor para abrir nuevos caminos hacia los más insospechados rincones.
De nuevo los bolsillos vacíos, pero la libertad por bandera. Sus ojos contemplaron sorprendidos y extasiados el día de la formación del Consejo, que ofrecía al pueblo, a los plebeyos, la oportunidad siempre negada de dirigirse a si mismos.
Pero no todo había sido bueno, se había derramado mucha sangre en la tierra de Etrania, de culpables e inocentes, de enemigos y compañeros a la par. Recordaba con los nervios a flor de piel las largas batallas e incursiones bajo el mando de Ser Wortimer. Las estratagemas impensables para conseguir rescatar a los prisioneros del Culto.
Todo ello aderezado con el sudor y esfuerzo por levantar una nueva ciudad. Las noches largas del interminable invierno, apretujados en las salas de la Torre, intentando conciliar el sueño.
No todos seguían siendo los mismos. Mucha gente nueva se había unido a su causa, y muchos habían perecido. La muerte de Ser Wortimer siempre sería una espina clavada en su pecho. - Pecosa...- . Aun recordaba el brasero humeante, en donde su cuerpo se había consumido, dejando apenas sus cenizas, relegándolo a un pasado lejano, a pesar de que no hacía ni un año de lo sucedido.
Por primera vez abrazó la pérdida de sus esperanzas y olvidó a “Libertad”. La época de caos la condujo a graves errores, decisiones sin deliberar, y cargó, tan solo por días, el peso hondeante del color rojo sangre a sus espaldas.
La llegada del Caballero Errante le había abierto los ojos de nuevo y la había sacado de su estupor. Había más como ella, dispuestos a labrarse un camino distinto, guerreros libres... Contra todo pronóstico le había devuelto todo y más de lo que jamás había tenido. - ¿Crees que te dejaré tener la última palabra? -
Ahora se enfrentaban a más peligros y algunos muy distintos. Los asesinatos – Pobre Bryan...- perpetrados por aquel criminal que aun seguía suelto, al que una vez llamó El Cazatesoros, y en quién confió – No te fíes de nadie... - . Las Sombras de Zandarus, desenmascaradas, el rescate del maestre, las traiciones, el juicio de Valerie...
Estos y cientos de pensamientos más se arremolinaban en su cabeza, volviendo siempre al punto de partida, como un bucle infinito. ¿Todo para que? ¿Para llevarla a este punto sin retorno? Y ahora... ¿ahora que? Más cosas estaban por llegar, cosas impensables, cosas que jamás habría creído posible.
Mareada, se levantó a toda prisa del jergón, y intentó contener un arcada, sin éxito. Arrodillada en el suelo ante la tinaja de madera, una vez recobrado el aliento, escupió, con el cerro fruncido.
Suspiró con resignación y volvió al lecho. Notó como los brazos del Caballero Errante la rodeaban por los hombros. Se permitió por una vez sentirse vulnerable, acurrucarse junto a él y cerrar los ojos, escondiéndose de los peligros.
Hacía tan solo tres años de todo aquello, tres años que parecían una vida entera. Se recordó saliendo de la puerta de la que había sido su casa para no volver, vestida de negro. Aquellos habían sido días duros e inciertos, sin una moneda en el bolsillo. Las penurias la habían obligado a salir de caza, buscando sustento, y había acabado por adaptarse a aquella forma de vida. Por primera vez en su vida lo cotidiano no se había vuelto rutinario. Las heridas de sus manos y su cuerpo eran pruebas más que suficientes de su tenacidad y obstinación.
Tiñó su capa de verde, rebelde ante su condición de viuda. Verde como los campos de su infancia, como sus recuerdos alegres, como anchos espacios extramuros que la hacían sentir excarcelada y desbocada.
Y nombró a su alabarda “Libertad”, para que le recordase lo que jamás debía perder de nuevo. La alabarda que la hizo rebelarse ante su condición de mujer. Ahora estaba confinada, relegada en una bolsa de su arcón, sustituida por la lanza y el escudo. Y sin embargo, a pesar de los años, el mismo nombre estaba grabado en las nuevas armas.
A su memoria volvió el Templo, las conversaciones con el bueno del Padre Wood, y las no tan amenas charlas en el final de sus días. Recordó la estatua de Manat en los jardines, que tanto frecuentó, noches atrás.
Empezó a sentir que quería algo más de si misma, y se embarcó en las duras pruebas que le encomendó su maestro Mirgrof. Pruebas que nunca llegó a finalizar al completo por aquella larga enfermedad, que la mantuvo postrada en la cama varios meses, y la obligó a empezar de cero, sin más que su preciada arma y su nueva armadura.
A pesar de los malos augurios llegó su recuperación, su retomada libertad, su euforia por vivir. Cuando salió de las más míseras camas de paja de la posada no le quedaba nada, ni siquiera el maestro que debía continuar su entrenamiento. Pero siguió adelante, sola, una vez más.
Cuando la rueda fortuna hizo un giro impensable había tenido que adaptarse de nuevo. Empezar de cero, por tercera vez. Contempló la caída y posterior exilio de la Orden, la llegada a la Torre Blanca, ahora denominada Albor. Entonces decidió, más que nunca, luchar por lo que creía justo, por una nueva vida. Un sueño que, tras tantas traiciones, malentendidos y disputas, solo se había cumplido en parte.
Ahora la nueva y majestuosa imagen marfileña de la diosa moraba en el centro de su ciudad, la ciudad de los renegados. La ciudad de todos aquellos que habían tenido valor para cambiar el destino, valor para abrir nuevos caminos hacia los más insospechados rincones.
De nuevo los bolsillos vacíos, pero la libertad por bandera. Sus ojos contemplaron sorprendidos y extasiados el día de la formación del Consejo, que ofrecía al pueblo, a los plebeyos, la oportunidad siempre negada de dirigirse a si mismos.
Pero no todo había sido bueno, se había derramado mucha sangre en la tierra de Etrania, de culpables e inocentes, de enemigos y compañeros a la par. Recordaba con los nervios a flor de piel las largas batallas e incursiones bajo el mando de Ser Wortimer. Las estratagemas impensables para conseguir rescatar a los prisioneros del Culto.
Todo ello aderezado con el sudor y esfuerzo por levantar una nueva ciudad. Las noches largas del interminable invierno, apretujados en las salas de la Torre, intentando conciliar el sueño.
No todos seguían siendo los mismos. Mucha gente nueva se había unido a su causa, y muchos habían perecido. La muerte de Ser Wortimer siempre sería una espina clavada en su pecho. - Pecosa...- . Aun recordaba el brasero humeante, en donde su cuerpo se había consumido, dejando apenas sus cenizas, relegándolo a un pasado lejano, a pesar de que no hacía ni un año de lo sucedido.
Por primera vez abrazó la pérdida de sus esperanzas y olvidó a “Libertad”. La época de caos la condujo a graves errores, decisiones sin deliberar, y cargó, tan solo por días, el peso hondeante del color rojo sangre a sus espaldas.
La llegada del Caballero Errante le había abierto los ojos de nuevo y la había sacado de su estupor. Había más como ella, dispuestos a labrarse un camino distinto, guerreros libres... Contra todo pronóstico le había devuelto todo y más de lo que jamás había tenido. - ¿Crees que te dejaré tener la última palabra? -
Ahora se enfrentaban a más peligros y algunos muy distintos. Los asesinatos – Pobre Bryan...- perpetrados por aquel criminal que aun seguía suelto, al que una vez llamó El Cazatesoros, y en quién confió – No te fíes de nadie... - . Las Sombras de Zandarus, desenmascaradas, el rescate del maestre, las traiciones, el juicio de Valerie...
Estos y cientos de pensamientos más se arremolinaban en su cabeza, volviendo siempre al punto de partida, como un bucle infinito. ¿Todo para que? ¿Para llevarla a este punto sin retorno? Y ahora... ¿ahora que? Más cosas estaban por llegar, cosas impensables, cosas que jamás habría creído posible.
Mareada, se levantó a toda prisa del jergón, y intentó contener un arcada, sin éxito. Arrodillada en el suelo ante la tinaja de madera, una vez recobrado el aliento, escupió, con el cerro fruncido.
Suspiró con resignación y volvió al lecho. Notó como los brazos del Caballero Errante la rodeaban por los hombros. Se permitió por una vez sentirse vulnerable, acurrucarse junto a él y cerrar los ojos, escondiéndose de los peligros.
Neisseria- Cantidad de envíos : 566
Fecha de inscripción : 29/06/2010
Edad : 39
Re: Giros Vertiginosos
El rumor de las voces que llegaba desde la sala principal de la posada y los relinchos de los caballos en el exterior se abrieron paso a través de las brumas del sueño y la devolvieron a la realidad de la mañana. Valerie parpadeó y abrió los ojos de par en par, consciente de que la intensidad del sonido no era propia de horas tempranas. Debían ser al menos... se giró en la cama y observó la luz que atravesaba las ranuras de las contraventanas. El sol lucía con fuerza fuera.
Se desperezó, notando punzadas que evocaron un sinfín de imágenes y sensaciones. Recogió del suelo la túnica de mallas y tiritó al sentir el contacto de su piel tibia con el frío y plomizo metal. Una vez vestida y calzada, sacó de bajo la cama sus dos afiladas cuchillas y se las colocó al cinto, junto con la bolsa de monedas. Peinándose el pelo con los dedos, atravesó el umbral del dormitorio y miró a su alrededor. Un par de recolectores gesticulaban junto a las escaleras hablando de los precios del material y del nuevo consejo. Boyd se paseaba ocioso y con aspecto falsamente distraído, mientras frente a los cofres un guerrero en cota de anillas comía unas chuletas de aspecto vetusto. Valerie notó de inmediato rugir sus tripas. Ayer, después de todo, se había saltado la cena...
- Ey, Val. ¿Ocurre algo?
Volvió la cabeza hacia las escaleras y vio a Jude descendiendo hacia el vestíbulo, su rostro pecoso algo más pálido de lo habitual.
- Hola, Jude. Nada, ¿por qué lo preguntas?
La guerrera se encogió de hombros. - Estabas ahí sonriendo y me preguntaba si vas a compartir la gracia. No me vendrá mal un poco de humor para empezar el día.
- ¿Yo? ¿Sonriendo? - Valerie frunció el ceño y se aclaró la garganta. - Estaba pensando en comer algo... - Ignoró la ceja levantada de Jude y rebuscó en su monedero. - Creo que me queda para un trozo de queso... ¿te apetece desayunar? Te aviso, será algo frugal...
- Déjalo. Mi desayuno tiende a cobrar vida propia casi todos los días y decide que le va mejor sin mí. Salgamos a pasear... el día está espléndido y me apetece dar una vuelta.
- Claro, consejera. Pero si vas a recaudar, avisa... desapareceré convenientemente... ¡au!
La brisa agitó los verdes brotes primaverales en las ramas de los árboles y se llevó en volandas el sonido de unas voces femeninas jocosas y cómplices. La luz matinal había barrido las sombras y, al menos durante unas horas, se podía olvidar su existencia.
Se desperezó, notando punzadas que evocaron un sinfín de imágenes y sensaciones. Recogió del suelo la túnica de mallas y tiritó al sentir el contacto de su piel tibia con el frío y plomizo metal. Una vez vestida y calzada, sacó de bajo la cama sus dos afiladas cuchillas y se las colocó al cinto, junto con la bolsa de monedas. Peinándose el pelo con los dedos, atravesó el umbral del dormitorio y miró a su alrededor. Un par de recolectores gesticulaban junto a las escaleras hablando de los precios del material y del nuevo consejo. Boyd se paseaba ocioso y con aspecto falsamente distraído, mientras frente a los cofres un guerrero en cota de anillas comía unas chuletas de aspecto vetusto. Valerie notó de inmediato rugir sus tripas. Ayer, después de todo, se había saltado la cena...
- Ey, Val. ¿Ocurre algo?
Volvió la cabeza hacia las escaleras y vio a Jude descendiendo hacia el vestíbulo, su rostro pecoso algo más pálido de lo habitual.
- Hola, Jude. Nada, ¿por qué lo preguntas?
La guerrera se encogió de hombros. - Estabas ahí sonriendo y me preguntaba si vas a compartir la gracia. No me vendrá mal un poco de humor para empezar el día.
- ¿Yo? ¿Sonriendo? - Valerie frunció el ceño y se aclaró la garganta. - Estaba pensando en comer algo... - Ignoró la ceja levantada de Jude y rebuscó en su monedero. - Creo que me queda para un trozo de queso... ¿te apetece desayunar? Te aviso, será algo frugal...
- Déjalo. Mi desayuno tiende a cobrar vida propia casi todos los días y decide que le va mejor sin mí. Salgamos a pasear... el día está espléndido y me apetece dar una vuelta.
- Claro, consejera. Pero si vas a recaudar, avisa... desapareceré convenientemente... ¡au!
La brisa agitó los verdes brotes primaverales en las ramas de los árboles y se llevó en volandas el sonido de unas voces femeninas jocosas y cómplices. La luz matinal había barrido las sombras y, al menos durante unas horas, se podía olvidar su existencia.
Valerie- Cantidad de envíos : 130
Fecha de inscripción : 25/01/2011
Localización : Albor
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