Agatha
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Agatha
Un hombre delgado entraba por la puerta de madera de una casita de piedra a las afueras de Rostow, demasiado estrecha para el saco que traía a la espalda y que sólo con mucho esfuerzo consiguió que entrara. Lo soltó cansado en el suelo ocasionando un ruido estrepitoso. Una jauría de niños se abalanzó sobre el llamado Jeriak, 6 revoltosos entre los cuales estaba la pequeña Agatha, de 13 años de edad. - ¡Papá! ¿Has vendido mucho hoy?-
Una mujer preparaba la mesa para la comida con un bebe en brazos al que de vez en cuando tenía que acallar con movimientos bruscos. Se despegó el pelo de la frente con un soplo y sonrió a su marido.
- Espero que no traigas demasiada hambre, no he podido llenar más los platos.
- No sé que se creen en la ciudad – Dijo Jeriak pensativo - ¡Tantos hijos no se alimentan con el aire! Además... Tendré que comprarles algo para jugar, y para vestirse... ¿Verdad Alexandre? – Dijo frotando la cabecilla del menor de los chicos que jugaba con un caballito de madera. Uno de los niños replicó inocente -¿Cómo no van a saber que comemos carne y pan?- Otra pequeña intentaba masticar el aire.
Esta era la vida diaria de la familia, Jeriak era un mercader y aunque debería tener dinero (así todos lo creían) le gustaban tanto los niños que tenía demasiados y apenas le alcanzaba para zapatos nuevos cada invierno.
Un día Moasia, la mujer de Jeriak, estaba en la cocina preparando comida, Agatha estaba en la mesa intentando escribir y el pequeño Simon dormía en su camita, el resto de niños jugaba fuera y la madre reía al escucharlos pelear. Unos pasos agitados se oyeron fuera, un grito de Jeriak - ¡Corred! - el ruido de algo al romperse, gritos... Moasia entre la confusión y la preocupación ordenó a Agatha que se escondiese en la trampilla de debajo de la mesa con su hermano. Salió como un rayo a ver qué ocurría y llamó a los niños. Agatha mecía a su hermano para que no despertase aguantando la respiración, conteniendo su miedo y sus ganas de llorar, no entendía nada de lo que ocurría. Todo pareció pasar en un segundo, Jeriak hacía rato que no gritaba, los demás niños tampoco gritaban ya, y Moasia intentaba llegar a la trampilla con una pierna inhabilitada y desangrándose, fuera no le había ido bien, desde la puerta se veía a un hombre ensañándose con el cuerpo de Alexander y otro que saqueaba los cuerpos de los pequeños buscando algo de valor, la mujer tenía miedo, al fin llegó donde estaba oculta Agatha. - Silencio pequeña mia.. Silencio- Temblando, la madre cerró y tiró la llave por la ventana al bosque. Los hombres ya estaban allí, la miraban con deseo, y antes de que nadie pudiese hacer nada más, la mujer se clavó un cuchillo de cocina en el corazón.
Agatha no sabía que ocurría, de repente, solo oía a unos hombres burlarse mientras la sangre se colaba por las rendijas del suelo. Intentaron abrir la trampilla pero no lo consiguieron, Agatha tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no la detectaran, tenía tantas ganas de llorar, tantas ganas de salir... No pensaba, no oía, no respiraba, solo mantenía la vista fija en las tablillas de madera, que se hundían y crujían a cada pisada, esperando paciente dejar de verlas.
No podré decir cuánto tiempo pasó hasta que los hombres se aburrieron de la desgracia ajena, pero los dioses acompañaron a Agatha, pues cuando Simon empezo a llorar, ya nadie lo escuchó.
Intentó salir pero se dió cuenta de que estaba encerrada, un miedo le atormentó, despues de varios intentos vanos por que su hermano dejase de llorar, miro al pequeño, miro la cerradura, y con decisión buscó algo con lo que poder forzarla, empezó animada, conforme iba pasando el tiempo, su mirada se iba perdiendo, su expresión se volvía fría y un reflejo de preocupación era el único sentimiento que se atisbaba.
El pequeño no dejaba de llorar, a veces volvía a ver como estaba pero no podía hacer nada, si no pude decir cuánto tiempo estuvo Agatha en silencio, mucho menos podré decir cuanto pasó hasta que Simón dejó de llorar, a Agatha le dolía el alma y el cuerpo, ni siquiera se dió cuenta de la quietud del lugar, el olor de los efluvios corporales apestaba toda la casa y le embotaban los sentidos. Los guardias estaban demasiado lejos como para percatarse de nada, y al fín, un día, consiguió abrir la cerradura que la apresaba. Salió firme con la cabeza alta, devoró los restos de comida de dudosa calidad que encontró en la casa, cogió el cuchillo del cuerpo de su madre y se tumbó en su cama a llorar, y así habría estado hasta la eternidad si no hubiese sido por un aventurero, pasaba por allí y al oir el llanto y ver restos de sangre, entró apresurado.
- ¿Que ha pasado niña? – La niña había dejado hace días de serlo, Agatha era una nueva mujer, aunque lo unico que quedaba de persona era el dolor frío de su corazón y la ira. Sin motivo aparente cuando aquél hombre se acercó cogió el cuchillo que se había guardado y llenó de puñaladas al hombre, ¿De donde sacaría la fuerza? ¿De donde tanta ira? Sea como sea, después se había calmado, y aun con el cuchillo en la mano salió de la casa en dirección al bosque con una sonrisa irónica dibujada en su cara y unos ojos extremadamente tristes.
Alli permaneció varios años, fortaleciéndose, aprendiendo, asaltaba de vez en cuando a personas de a bien, solo para ir sobreviviendo. Se había puesto un objetivo, los dioses los habían abandonado, la guardia tiene demasiada moral como para poder ayudar de verdad, como diría ahora Agatha... los buenos sentimientos te hacen débil y ella estaba decidida a sacrificarlos para cumplir su misión.
Una mujer preparaba la mesa para la comida con un bebe en brazos al que de vez en cuando tenía que acallar con movimientos bruscos. Se despegó el pelo de la frente con un soplo y sonrió a su marido.
- Espero que no traigas demasiada hambre, no he podido llenar más los platos.
- No sé que se creen en la ciudad – Dijo Jeriak pensativo - ¡Tantos hijos no se alimentan con el aire! Además... Tendré que comprarles algo para jugar, y para vestirse... ¿Verdad Alexandre? – Dijo frotando la cabecilla del menor de los chicos que jugaba con un caballito de madera. Uno de los niños replicó inocente -¿Cómo no van a saber que comemos carne y pan?- Otra pequeña intentaba masticar el aire.
Esta era la vida diaria de la familia, Jeriak era un mercader y aunque debería tener dinero (así todos lo creían) le gustaban tanto los niños que tenía demasiados y apenas le alcanzaba para zapatos nuevos cada invierno.
Un día Moasia, la mujer de Jeriak, estaba en la cocina preparando comida, Agatha estaba en la mesa intentando escribir y el pequeño Simon dormía en su camita, el resto de niños jugaba fuera y la madre reía al escucharlos pelear. Unos pasos agitados se oyeron fuera, un grito de Jeriak - ¡Corred! - el ruido de algo al romperse, gritos... Moasia entre la confusión y la preocupación ordenó a Agatha que se escondiese en la trampilla de debajo de la mesa con su hermano. Salió como un rayo a ver qué ocurría y llamó a los niños. Agatha mecía a su hermano para que no despertase aguantando la respiración, conteniendo su miedo y sus ganas de llorar, no entendía nada de lo que ocurría. Todo pareció pasar en un segundo, Jeriak hacía rato que no gritaba, los demás niños tampoco gritaban ya, y Moasia intentaba llegar a la trampilla con una pierna inhabilitada y desangrándose, fuera no le había ido bien, desde la puerta se veía a un hombre ensañándose con el cuerpo de Alexander y otro que saqueaba los cuerpos de los pequeños buscando algo de valor, la mujer tenía miedo, al fin llegó donde estaba oculta Agatha. - Silencio pequeña mia.. Silencio- Temblando, la madre cerró y tiró la llave por la ventana al bosque. Los hombres ya estaban allí, la miraban con deseo, y antes de que nadie pudiese hacer nada más, la mujer se clavó un cuchillo de cocina en el corazón.
Agatha no sabía que ocurría, de repente, solo oía a unos hombres burlarse mientras la sangre se colaba por las rendijas del suelo. Intentaron abrir la trampilla pero no lo consiguieron, Agatha tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no la detectaran, tenía tantas ganas de llorar, tantas ganas de salir... No pensaba, no oía, no respiraba, solo mantenía la vista fija en las tablillas de madera, que se hundían y crujían a cada pisada, esperando paciente dejar de verlas.
No podré decir cuánto tiempo pasó hasta que los hombres se aburrieron de la desgracia ajena, pero los dioses acompañaron a Agatha, pues cuando Simon empezo a llorar, ya nadie lo escuchó.
Intentó salir pero se dió cuenta de que estaba encerrada, un miedo le atormentó, despues de varios intentos vanos por que su hermano dejase de llorar, miro al pequeño, miro la cerradura, y con decisión buscó algo con lo que poder forzarla, empezó animada, conforme iba pasando el tiempo, su mirada se iba perdiendo, su expresión se volvía fría y un reflejo de preocupación era el único sentimiento que se atisbaba.
El pequeño no dejaba de llorar, a veces volvía a ver como estaba pero no podía hacer nada, si no pude decir cuánto tiempo estuvo Agatha en silencio, mucho menos podré decir cuanto pasó hasta que Simón dejó de llorar, a Agatha le dolía el alma y el cuerpo, ni siquiera se dió cuenta de la quietud del lugar, el olor de los efluvios corporales apestaba toda la casa y le embotaban los sentidos. Los guardias estaban demasiado lejos como para percatarse de nada, y al fín, un día, consiguió abrir la cerradura que la apresaba. Salió firme con la cabeza alta, devoró los restos de comida de dudosa calidad que encontró en la casa, cogió el cuchillo del cuerpo de su madre y se tumbó en su cama a llorar, y así habría estado hasta la eternidad si no hubiese sido por un aventurero, pasaba por allí y al oir el llanto y ver restos de sangre, entró apresurado.
- ¿Que ha pasado niña? – La niña había dejado hace días de serlo, Agatha era una nueva mujer, aunque lo unico que quedaba de persona era el dolor frío de su corazón y la ira. Sin motivo aparente cuando aquél hombre se acercó cogió el cuchillo que se había guardado y llenó de puñaladas al hombre, ¿De donde sacaría la fuerza? ¿De donde tanta ira? Sea como sea, después se había calmado, y aun con el cuchillo en la mano salió de la casa en dirección al bosque con una sonrisa irónica dibujada en su cara y unos ojos extremadamente tristes.
Alli permaneció varios años, fortaleciéndose, aprendiendo, asaltaba de vez en cuando a personas de a bien, solo para ir sobreviviendo. Se había puesto un objetivo, los dioses los habían abandonado, la guardia tiene demasiada moral como para poder ayudar de verdad, como diría ahora Agatha... los buenos sentimientos te hacen débil y ella estaba decidida a sacrificarlos para cumplir su misión.
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